sábado, 20 de dezembro de 2008

Gobernar el mundo nuevo

Massimo D'Alema
Fonte: Gramsci e o Brasil

Ante todo, quiero agradecer las palabras con las cuales me ha introducido Carlos Fuentes en esta Conferencia. Así mismo, me siento profundamente honrado por la invitación que él y Gabriel García Márquez me han hecho para participar en esta prestigiosa Cátedra dedicada al ilustre escritor argentino Julio Cortazar.

Por casi veinte años, desde 1989 hasta hoy, hemos vivido una época de extraordinarios cambios, pero ahora quizás, este es mi convencimiento, estamos viviendo un verdadero cambio de época.

Dos eventos nos muestran este nuevo escenario mundial.

Primero, la elección de Barack Obama a Presidente de Estados Unidos de América. No es sólo el retorno — por fin — de los demócratas. Como no es sólo — también por fin — la derrota de los neo-conservadores después de grandes desastres para los Estados Unidos y para el mundo. Es algo más. Se trata de un cambio no sólo político, sino generacional, cultural, podríamos decir antropológico.

George W. Bush ha sido el jefe del mundo occidental. Barack Obama se presenta como un líder global, quizás tendremos el primer líder mundial. Y esto es así también por su persona, por su historia personal, por su familia. Era difícil imaginar un Presidente de Estados Unidos, cuya abuela vive todavía en un pueblito africano. En su familia hay negros y hay blancos, pero hay más: su madre se ha casado en segundas nupcias con un indonesio y tiene un cuñado chino. En pocas palabras, en su historia personal está el mundo entero. Es un fruto de la globalizacion.

La elección de Obama ha sido también una elección mundial. Los europeos han “votado” en masa por Obama, pero también los inmigrantes guerrerenses de Chicago. Con una participación emotiva extraordinaria. Con un apoyo casi unánime a su candidatura. Y al final ha sucedido lo que raramente había sucedido: el candidato apoyado por la opinión pública internacional ha conquistado los electores norteamericanos.

El segundo evento, que se ha entrecruzado con el primero, ha sido la dramática crisis financiera y económica internacional. Todo esto ha sucedido entre octubre y noviembre de 2008.

Estamos viviendo el trastocamiento de la economía mundial y sólamente el tiempo nos permitirá evaluar plenamente sus efectos. La crisis no golpea sólo la finanza, sino también la economía real y la sociedad. Sobre todo, no se trata sólo de una crisis económica, sino del declino de una entera época cultural y política. Desde 1989, una cultura ultraliberal dominante nos ha inculcado la idea que la globalización sería realizada a través del dominio de un mercado sin reglas y sin instituciones. Se ha afirmado el concepto que el fin de la política, de la historia, de las ideologías habría generado una nueva estación de prosperidad y armonía. Hoy día, esta teoría de una economía liberada de los vínculos de la política, capaz de producir efectos benéficos, garantizar desarrollo y riqueza para todos, se ha revelado completamente erronea. Se podria decir que la ideología del fin de las ideologías fué la ultima ideología del siglo pasado.

La ilusión que el mundo se gobernase por sí solo, que los procesos económicos de la globalización contasen con un mecanismo auto-correctivo en sus propios mercados, ha sido disuelta completamente. Este cambio de época requiere, en primer lugar, tratar de tomar el control de la situación. Reducir los factores de riesgo y de peligro. Abrir una fase que nos lleve a un mundo mejor y que nos evite el peor de los mundos posibles.

La política, la intervención del Estado en la economía, reglas e instituciones supranacionales capaces de condicionar el mercado global nos aparecen hoy absolutamente necesarias. La política reinvindica su necesaria primacía.

Nosotros sabemos, sin embargo, que el retorno a la política puede efectuarse mediante modalidades bastante diferentes. La historia nos recuerda que después de la grande crisis de 1929, en Estados Unidos, la acción del Estado que permitió relanzar la economía fue acompañada por un reforzamiento de la democracia. Fue el apogeo del New Deal: grandes inversiones económicas, reglas, reformas y promoción social de las clases más pobres. Durante esos mismos años, en Europa, la crisis provocó, en cambio, un brutal giro a la derecha, anticipado por el nacionalismo económico agresivo, corporativo y proteccionista. En Italia se consolidó el régimen fascista y en Alemania nació el nazismo, abriendo así la vía a la Segunda Guerra Mundial.

Eso nos recuerda que frente a la crisis del neo-liberalismo tenemos que poner atención a no arrojar el bebé con el agua sucia, porque el bebé es la libertad.

Hoy, el verdadero desafío para la política es perseguir la economía en el camino de la globalización, alcanzarla y saltarle encima para buscar de regular su paso y disciplinar su fuerza. Una globalización sin reglas y sin instituciones lleva consigo una carga de anárquica dissolución de toda posible seguridad para los individuos y para los Estados.

Nuestra agenda, en realidad, es bastante clara. En el inmediato, tenemos que controlar la crisis financiera y relanzar el desarrollo de la economía real para superar la recesión. En un plano más estructural, nuestra tarea es afrontar las tres grandes contradicciones de la globalización: el problema de la desigualdad social y la lucha a la pobreza; los conflictos étnico-religiosos y entre civilizaciones y culturas; los riesgos ambientales, en primer lugar, el cambio climático.

Para desarrollar plenamente esta agenda es necesario, contextualmente, resolver las cuestiones fundamentales de la governance internacional. Y aquí una gran oportunidad se ha abierto con la crisis del unilateralismo norteamericano. Esta otra ilusión: que la única superpotencia pudiese garantizar la estabilidad y la gobernabilidad del mundo, también ha sido disuelta.

La cuestión, en realidad, es relativamente simple: cuanto más el mundo sea percibido como una realidad unipolar, tanto más el país dotado de mayor riqueza y potencia será considerado como el enemigo a combatir por parte de quien, en la era de la globalización, sufre las desigualdades, la exclusión y la negación de los derechos. El profesor Joseph Nye propone a Estados Unidos basarse en el soft power más que en la potencia de su máquina militar. Es interesante, por lo demás, que esta expresión la presente como la traducción del concepto de hegemonía de Gramsci.

Para Gramsci, la hegemonía es la capacidad de basar la dirección política en el consenso, orientando la posición de los demás con base en una visión de la realidad más alta y persuasiva. “El soft power — escribe Nye — deriva en gran parte de los valores. Estos valores se manifiestan en la cultura y en las políticas que se persiguen dentro del país y en el mundo, en el modo que se comporta a nivel internacional”.

Fundar la gobernabilidad internacional y el nuevo multilateralismo en un núcleo de valores compartidos, constituye la base sobre la cual se define y construye la contribución y el papel de Europa en este proyecto de nuevo mundo. Porque Europa nace, antes que todo, de una idea. Nuestra identidad de europeos non tiene raíces en la tierra y el idioma, tiene antes que todo un orígen cultural y moral, con límites territoriales vagos, lejos de toda pureza de raza, idioma, cultura, pero sólida en perseguir un propio núcleo de valores y principios que con alternas vicisitudes nos han llegado a nosotros.

El núcleo de valores fundacionales de Europa son: la democracia, la libertad y la paz. A lo largo de este eje, Europa dirige su propio destino. Una Europa donde el ideal democrático, desde su surgimiento, se combina con las razones de la igualdad y la solidaridad. Esta mezcla — democracia política y ampliación de la ciudadanía; desarrollo económico y cohesión social — ha marcado nuestra historia reciente y, parafraseando a Dahrendorf, alimentado una mágica “cuadratura al círculo”.

Aun reconociendo las tragedias y los horrores de nuestra historia. La barbarie c’est nous, nos recuerda George Steiner, respondiendo a aquellos europeos que sostienen la superioridad de su civilización. Y es verdadera esta respuesta si se piensa al nazismo y al estalinismo, o antes a las guerras de religión. Pero también es cierto que Europa es la parte del mundo donde más se ha combatido contra estas barbaries. Y precisamente en esta durísima lucha se ha consolidado una cultura — una civilización — que al final ha prevalecido, derrotando opresiones y dictaduras, pero sobre todo abriendo el camino a la unidad de Europa y a su histórica reunificación.

Hoy se nos ponen tres problemas de fondo. El primero es comprender si la globalización anula este núcleo de valores y lo consigna a la memoria del pasado, o si, por el contrario, lo actualiza y lo extiende. ¿Será capaz el humanismo europeo de proyectarse hacia adelante, incluso expandiendo su propia influencia? O debemos simplemente administrar el declive progresivo de un modelo teórico, ético y político, condenado a reintegrarse en ámbitos “patrióticos” cada vez más estrechos.

El segundo problema es cómo involucrar en esta discusión a la sociedad europea, cómo evitar que un patrimonio de ideales y cultura, que ha guiado la evolución de Europa y marcado su función en el mundo, venga mortificado por una visión parcial y asfixiante del propio proceso de integración. Aquí, naturalmente, a este nivel, entra en juego casi con prepotencia el tema del miedo. El miedo de quien ha gozado, dentro del viejo modelo, de beneficios y rentas, puestos hoy aparentemente en discusión por los efectos de un mundo globalizado.

El tercer problema es cómo dialogar con los actores emergentes del mundo nuevo. Cómo compartir, reconstruir y actualizar este núcleo de valores. Este problema se pone, no sólo con los protagonistas más aguerridos de la globalización y, contemporaneamente, más lejanos culturalmente, como los países asiáticos. Se pone también con los amigos de nuestras áreas tradicionales: Mediterráneo y América Latina.

Para Europa, el Mediterráneo puede y debe ser un ejemplo de diálogo y cooperación eficaz. Contamos con una larga historia común, en el curso de la cual los períodos de cooperación y coexistencia pacífica han sido bastante más largos y significativos que las épocas de conflicto. En los últimos dos siglos, el eje de las relaciones internacionales se ha desplazado hacia el Atlántico, después hacia el Pacífico. En la actualidad, nuevamente el Mediterráneo encuentra su lugar en el centro de los grandes escenarios mundiales. Es por nuestro mar Mediterráneo que pasan las relaciones entre los países productores y consumidores de petróleo y gas. Es aquí donde nos podremos medir con el desafío del fundamentalismo y las amenazas del terrorismo. El drama de las migraciones y el fenómeno de los flujos irregulares afectan al Mediterráneo como a la frontera entre México y Estados Unidos. Pero no existen sólo riesgos y problemas, existen igualmente oportunidades para hacer de nuestro mar un lugar emblemático de cooperación, desarrollo y paz.

Con América Latina es necesario renovar nuestras relaciones. Debemos innovar la agenda euro-latinoamericana haciendo mucho más énfasis en la condivisión de valores y responsabilidades.

América Latina, con la contribución de Europa, debe insistir en sus esfuerzos de integración. Las posibilidades que los países latinoamericanos puedan salvarse cada uno por su cuenta son ilusorias, inclusive para los países más grandes. La emergencia de tensiones intra-latinoamericanas nos envía señales inequivocables de los riesgos que se corren. Ciertamente se debe dejar de lado una retórica integracionista que ha producido bien poco, pero existen numerosos terrenos comunes todavía explorados con demasiada timidez. Pienso a las oportunidades ofrecidas por los corredores infraestructurales bi-oceánicos y a la cooperación transfronteriza. En la extensión modernizada de los sistemas de welfare para la promoción de la cohesión social. Al papel que puede jugar América Latina en la estabilidad económica internacional. A su contribución en las crisis internacionales.

En América Latina también se perfilan con mayor claridad los liderazgos regionales. La integración de América del Sur ha encontrado un propulsor y un líder en Brasil. Se debe ir más allá. Extender el proceso de integración hacia toda América Latina, abriendo una alianza estratégica entre México y Brasil. Esta alianza podría recomponer políticamente la escisión económica que se ha abierto entre la parte norte y la parte sur de América Latina, y fundar sobre bases más equilibradas las relaciones con sus principales socios en el mundo, antes que nadie con los Estados Unidos.

La estabilidad del área podría ser mejor garantizada con una alianza entre Brasil y México, reduciendo los riesgos que la crisis económica detenga uno de los mejores ciclos económicos de su historia.

Para afrontar estos tres desafíos, Europa debe convencerse de las oportunidades que se le ofrecen, pero debiendo combatir, en primer lugar, contra sus propios fantasmas y con la angustia de encontrarse, más temprano o más tarde, huérfana de su función histórica. Se debe reaccionar a este destino de una Europa asustada, egoísta, que se vuelve cada vez más vieja porque no tiene confianza en el futuro, que aparece cansada, carente de entusiasmo y pasión.

La democracia, el respeto de los derechos humanos, la libertad para cada individuo de realizar su proprio proyecto de vida, la solidaridad social, podrían no sobrevivir si circunscritos a una sola parte del mundo, asediada por la desesperación y el fanatismo. Estos valores deben progresivamente consolidarse como principios reguladores de una nueva, universal convivencia humana. Esta es la misión de Europa. Es difícil que sin este sentido de pertenencia, ético antes que cultural, pueda nacer una nueva construcción política.

Volviendo a Antonio Gramsci, en una de sus intuiciones que exaltan su grandeza, describe cabalmente, en un pasaje de Americanismo y fordismo, la crisis de la conciencia europea precisamente como resultado del contraste entre una economía que empuja hacia el cosmopolitismo y el universalismo, y una política encerrada dentro de una respuesta nacional y estatal completamente inadecuada para enfrentar una nueva agenda de problemas.

Probemos, entonces, a preguntarnos que cosa debemos transferir de nuestra tradición en el marco de un mundo sempre más unificado e interdependiente.

Nuestros valores fundamentales no están en discusión. Libertad, democracia, cohesión social, respeto de los derechos humanos en todas sus expresiones, son elementos constitutivos de la identidad europea y, en cuanto tales, bienes non alienables.

Esto no significa no repensar nuestro modelo social. Tomemos, por ejemplo, el concepto de igualdad y el camino trazado en este campo por el economista hindú Amartya Sen. De Sen nos llega la propuesta de pensar la igualdad como un conjunto de garantías públicas, como una ampliación de las libertades efectivamente ejercitadas y de las posibilidades de afirmación de la propia personalidad, y no tanto como un sistema tradicional de derechos y tutelajes de experiencia europea. Pensemos también a las innovaciones institucionales, basadas en las alianzas público-privadas, provenientes de América Latina. O a los mecanismos de participación de la sociedad civil en las políticas públicas a nivel local.

Esta confrontación es indispensabile si queremos, por un lado, renovar la vieja arquitectura europea y, por el otro, extender y defender nuestro sistema de valores de los efectos de la globalización.

La herencia más pesada del dominio del ultraliberalismo ha radicado justamente en los planos cultural y ético. Hoy, finalmente, se puede decir que el dinero no tiene el poder mágico de crear dinero. Y ahora lo dicen también los gobernantes conservadores, pero no citan la fuente, que es Marx. Que al centro de la economía debe estar la persona, el trabajo, con sus necesidades, pero también con su humanidad.

Esto que vale para la economía, debe estar también al centro de las relaciones políticas. La misión común que puede fundamentar las relaciones internacionales de tipo nuevo reside precisamente en la consolidación de la libertad, la democracia política, el respeto de los derechos humanos, la igualdad de oportunidades, como valores que no son expresión de una supuesta civilización superior, sino que pueden razonablemente proponerse como principios universales, fundacionales de un nuevo órden internacional compartido. Un ejemplo de este enfoque lo constituye la iniciativa que lanzamos desde Italia y Europa por la moratoria de la pena de muerte. Me he sentido muy orgulloso y contento que, durante mi mandato, hemos logrado en la Asamblea General de Naciones Unidas del año pasado, obtener este histórico voto, no obstante la oposición de países tan poderosos como Estados Unidos y China.

La realpolitik que ha llevado a tolerar dictaduras y violaciones de los derechos humanos en la época de la Guerra Fría no es hoy, ni moralmente, ni políticamente, aceptable. Así como no podemos ceder al terrorismo el uso de métodos que nos deslegitiman democráticamente. Saludamos al Presidente Obama por su intención de cerrar la prisión de Guantánamo. Y tampoco es aceptable por parte de la opinión pública y las nuevas generaciones, la inercia frente a la tragedia del hambre y las pandemias. Reaccionar a todo esto, no responde sólo a una exigencia moral e ideal, es un factor esencial de seguridad, además de ser la condición para construir una convivencia civil y ordenada.

Actuar es un imperativo cada vez más urgente, después que ha desaparecido la ilusión egoísta de concentrar todas las oportunidades de una parte, dejando los riesgos a la otra parte. Era insensato pensar que los países más ricos pudiesen gozar las ventajas de los globalizadores, descargando sobre los otros los miedos y los precios a pagar. Como insensato ha sido también pensar que en el mundo globalizado toda la población gozaría de los beneficios. No es así. Las desigualdades no han crecido sólamente entre regiones y países, también se ha ampliado la distancia entre pobres y ricos en el mundo desarrollado. Basta observar lo eventos más recientes de la crisis financiera para darse cuenta de los frutos venenosos que ha producido la extrema deregulation.

La verdad es que sin reglas no existe el mercato, sino la jungla.

Por muchas razones, la cuestión social y la cuestión institucional constituyen las grandes prioridades y los puntos críticos, tanto del proceso de integración europea, como de la gobernabilidad internacional. Sobre estas dos cuestiones es que se enfrentan las diversas concepciones de la Europa futura y del mundo futuro.

En este plano la tarea de la política es decisiva, por la simple razón que corresponde, antes que a nadie, a la esfera pública evitar que las tensiones y las contradicciones de la globalización se transformen en un sentimiento difundido de miedo e inseguridad que penetre la conciencia de las poblaciones expuestas a mutaciones tan rápidas y radicales.

Desde Europa, el riesgo que corremos es que el sentido de pertenencia a una civilización europea pueda ser substituída por el retorno, aparentemente tranquilizante, de las llamadas “pequeñas patrias”. En otras palabras, la afirmación de un moderno etno-populismo o un neonacionalismo arrogante que se presenta ya hoy como fenómeno alarmante por difusión y consenso.

Nececitamos de una arquitectura a red para gobernar la globalización. Estados Unidos y Europa deben tomar conciencia de su propia no-autosuficiencia. Es indispensable una red más amplia de cooperación y de co-decisión, con instituciones y organismos internacionales legitimados para decidir.

La arquitectura del actual sistema de organismos internacionales se basa, como nos lo recuerda Dominique Strauss-Kahn, en el principio de especialización. Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización Internacional del Comercio, Organización Mundial de la Salud, Organización Internacional del Trabajo, han visto, con modalidades diversas, crecer su papel y no pocas veces han sabido ejercitar eficazmente una función de governance. Quedan abiertas, sin embargo, dos cuestiones fundamentales. La primera hace referencia, precisamente, al carácter “técnico” y especialístico de estos organismos, así como a su falta de transparencia y responsabilidad. Decisiones de las cuales dependen la estabilidad de una nación y el destino de un pueblo no pueden tener un carácter simplemente, o aparentemente, técnico, y por consiguiente debe ser claro quien responde por sus actos. La segunda, también eminentemente política, se refiere a la jerarquía de las exigencias y de las soluciones alternativas. Por ejemplo, ¿la libertad de comercio de un determinado producto es más importante que la tutela de la salud? ¿Cuáles son, en términos sociales y de calidad de la vida, las consecuencias de las medidas restrictivas impuestas por el FMI?

Pueden hacerse otros ejemplos. Todos, sin embargo, nos llevan a una serie de preguntas de fondo: ¿Quién decide? ¿Con base en cuál legitimidad? ¿En el respeto de cuáles prioridades y valores? Por lo demás, ya existe una opinión pública internacional que pretende cada vez más una rendición de cuentas de tales acciones. Está creciendo, no sólamente el número de personas expertas y apasionadas, sino una red alternativa de información y de propuestas. En síntesis, estamos frente a lo que podríamos definir el inicio de una sociedad civil global.

Creo que ya es evidente para todos que el G8 no puede ser el organismo llamado a asumir tales responsabilidades. Sería una opción considerada por gran parte de la humanidad como una usurpación y una manifestación de arrogancia. Equivaldría a la restauración, en el órden mundial, de una aristocracia de la renta, principio decimonónico arrasado por la democracia moderna.

No es, pues, ese el camino. Una prueba de ello es que ya actualmente el G8 decide poquísimo, al punto de reducirse siempre más al rito simbólico de la fotografía de grupo. Obviamente con el peligro, común a todos los símbolos, de transformarse en el blanco de una contestación y una protesta cargadas también de valor emblemático. Este organismo debe recuperar plenamente su papel de grupo informal de estímulo y de relaciones entre un grupo de países unidos por problemas y responsabilidades comunes. Por esta razón, y para este objetivo, también el G8 debe ampliarse a más países, comenzando por una plena participación de los países G5 (India, China, Sudáfrica, México y Brasil) y agregando Egipto, como entiende hacer Italia que serà pais Presidente de turno al G8 del 2009. Es importante que un gran país islámico esté en este grupo y esta fué una idea y una iniciativa promovida por mi gobierno, pero es positivo que el actual gobierno de centroderecha acepte y haga suya esta propuesta. Pero, repito, el G8 no puede ser la sede de las decisiones, ésta debe ser colocada en otro lugar. Por lo demás, esto se demuestra cuando observamos que en esta crisis han tenido que convocar el G20.

Más importantes son las reformas de las instituciones económicas multilaterales. El Fondo Monetario Internacional es una institución en fuerte crisis de identidad. Durante mi reciente experiencia como Ministro de Asuntos Exteriores de Italia, he promovido una amplia reflexión sobre éste y otros temas prioritarios de nuestra política exterior. Respecto a la reforma del FMI hemos identificado tres puntos fundamentales: la prevención de las crisis y la coordinación con otros organismos y grupos de trabajo internacionales; la función de los préstamos y la resolución de las crisis, y la governance.

Y lo que habíamos dicho se está substancialmente verificando. Creo que el Fondo debe ser dotado de funciones, no sólo de vigilancia, sino de control de los mercados financieros internacionales. No es posible gobernar las finanzas mundiales sin coordinar, ni ejercer un control sobre los numerosos sistemas regulatorios nacionales. Así como es urgente crear un mecanismo de early warning que nos permita prevenir y prepararnos para las crisis internacionales. Por último, es necesario que se reconozca un papel más relevante a los países emergentes en la governance de estas instituciones multilaterales.

Si bien urgentes y necesarias estas medidas no son suficientes para el largo plazo. Se debe llegar a coordinar las políticas económicas y sociales a nivel internacional. Incidir sobre el modelo de desarrollo, las inversiones, el crédito a las empresas, el apoyo a los sectores de medios y bajos ingresos.

Por cuanto, en estos tiempos, una perspectiva de este tipo pueda aparecer utópica, continuo a pensar que el centro de la red de las instituciones internacionales deba volver a ser las Naciones Unidas. Ciertamente, la ONU, como es hoy, no puede ejercitar una función crucial en el equilibrio internacional. Y no es una casualidad que, entre los símbolos de la globalización, la Asamblea de la ONU sea colocada en el polo opuesto al G8. Pero así como el vértice de los “grandes de la tierra” ofrece una tribuna a una oligarquía que en realidad no decide nada, del mismo modo el asambleísmo democrático en el que el voto de las Islas Palau cuenta como el de los Estados Unidos está en condiciones de producir bien poco y de incidir todavía menos en la realidad del mundo.

Por estas simples razones se debería cambiar. Y modificar la estructura de un Consejo de Seguridad que refleja todavía la configuración del mundo de hace sesenta años. Deberían revisarse los mecanismos decisionales, removiendo el derecho de veto e introduciendo el voto ponderado. Sobre todo, sería interés de todos enriquecer la organización con nuevos instrumentos. A partir de la vieja propuesta de Jacques Delors de instituir un “Consejo de seguridad económica y social”, dotado de poderes reales. El centro de la red de las instituciones tecnicas.

Un Consejo ONU de esta naturaleza podría dar mayor coherencia y coordinación a los esfuerzos del sistema de cooperación internacional. Un sistema que hoy requiere ser renovado profundamente y puesto en condiciones de incidir realmente en la lucha a la pobreza.

Todo esto, repito, puede aparecer utópico. Tanto más en estos tiempos, en los que se ironiza facilmente sobre el mito del gobierno mundial y la democracia planetaria. Quedo igualmente convencido que estos temas serán destinados en el futuro a ocupar un puesto de primer plano en la agenda de los Jefes de Estado y de Gobierno, naturalmente admitiendo que la política vuelva a gobernar y orientar los procesos globales.

Está claro que ningún paso adelante en esta dirección puede ser dado “contra” o “sin” los Estados Unidos. Unica potencia de verdad global. Por ello, Estados Unidos debe ser el primero a ceder una parte de su soberanía para dar fuerza a las instituciones de la gobernabilidad mundial, con el fin de obtener resultados relevantes en términos de seguridad y solución a los nuevos problemas globales. El sólo hecho de guiar un proceso reformador de tal relevancia puede conferir a su “hegemonía” el fundamento de un consenso internacional extraordinariamente amplio.

Del resto, en tiempos que hoy nos parecen remotos, fue propio el Presidente Thomas Woodrow Wilson quien, frente a la inmane tragedia de la Primera Guerra Mundial, promovió la utopía de un nuevo órden internacional dirigido por la Sociedad de las Naciones. ¿Por qué no esperar que Estados Unidos reencuentre la audacia de la utopía? ¿Será en grado este gran país de comprender y compartir esta necesidad? “Es necesario apoyar a Estados Unidos con la firme esperanza que cambie”, ha escrito después del 11 de septiembre, el director de Le Monde. “Yo apuesto — ha añadido — en la potencia del ideal democrático. Estados Unidos es un país abierto al cambio. Y cambiará”. Y efectivamente ha cambiado, podemos decirlo hoy.

Y Europa, nuestra querida vieja Europa, ¿está lista para cumplir con su parte? ¿Estamos suficientemente unidos y dispuestos a asumirnos nuestras responsabilidades? Es muy difícil dar hoy una respuesta positiva a estos interrogantes y resulta casi paradójico que la hora del cambio haya llegado en Estados Unidos, que las ideas sostenidas por Europa comiencen a desplegarse y que Europa no sea capaz de presentarse a esta cita con la historia.

No se trata sólamente que contamos con instrumentos frágiles para una política exterior y de seguridad común. Pesa negativamente nuestro miedo. El miedo no puede ser un instrumento de gobierno. Así como pesa la persistencia de una visión anticuada de las relaciones internacionales, donde tienen todavía mucho márgen el egoísmo y la soberbia de las naciones más fuertes, ilusionadas que el escenario sea el mismo de la post-guerra, o las triquiñuelas de quien quiere obtener alguna ventaja en sentido “nacionalístico”, aprovechando las divisiones existentes entre los países europeos.

En síntesis, Europa no logra todavía presentarse con coherencia en la escena del mundo y en su relación con Estados Unidos, conjugando como debería el sentido de su propia dignidad y, contextualmente, sus propias responsabilidades. Estamos bastante lejos de una Europa que solicita un “voto europeo” en el Consejo de Seguridad o que acepta presentarse unida como “zona euro” en el FMI. Esto es, la Europa que sería necesaria.

Demasiadas veces se tiene la impresión que Europa busque definir su propio papel e identidad en relación con los otros, en primer lugar con los Estados Unidos, más que basarse en una lúcida visión de sus propios intereses y en una defensa coherente de sus propios principios. De allí que se termine por oscilar entre viejas expresiones de anti-americanismo o pro-americanismo.

Una señal importante y unitaria, Europa la ha enviado con las primeras respuestas a la actual crisis financiera. Europa ha pensado colectivamente con eficacia y sus medidas de emergencia han sido adoptadas por Estados Unidos.

En el fondo, sin embargo, existe un problema serio y todavía no resuelto en las clases dirigentes europeas. Esto es, persiste una idea de interés nacional que resulta, si no conflictual, al menos distinto del interés europeo. La cuestión es saber hasta cuando la unidad europea continuará a ser concebida por muchos como un proceso competitivo, en el cual hacer prevalecer sus propios supuestos intereses sobre los de los otros. Por ello, es necesaria una clase dirigente a la altura de esta tarea, de instituciones sólidas y de un modo de pensar que sea de verdad europeo. De esto depende en buena parte nuestro futuro. Y sobre esto es necesario continuar la búsqueda con paciencia, tenacia y valor.

Estoy completamente de acuerdo con mi amigo Carlos Fuentes cuando nos solicitó en Roma una nueva Europa “que debería poner por delante los temas del medio ambiente y los derechos humanos, la prevalencia del derecho internacional y el vigor de los lazos multilaterales y de cooperación”. Recordándonos que esta vocación creadora de Europa ya no puede permitirse excepciones terribles, ni tenerla dormida en el nombre de una historia ilustre.

Los europeos, nos dice Carlos [Fuentes], deben afirmar “por encima de toda contingencia, que en la hora actual, Europa sólo puede, sólo debe ser lo mejor que Europa le ha prometido al mundo en nombre de Europa”.

Conferência realizada na Cátedra Julio Cortázar, da Universidade de Guadalajara, México, em 21 de novembro de 2008.

Onde foi que erramos?

Villas-Bôas Corrêa
DEU NO JORNAL DO BRASIL


Quando descobri Nova Friburgo, quase que por acaso, num giro de automóvel em fim de semana, a cidade encantada espremia-se no vale entre duas cadeias de montanhas, com uma população que não ia além de 30 mil habitantes.

Paixão da família à primeira vista, depois de muito procurar até a descoberta dos dois lotes em Muri que cabiam no orçamento doméstico, conseguimos fazer a casa de um pavimento, com a metade do segundo andar para os dormitórios. Todos os fins de semana, mesmo com tempo duvidoso, fazíamos e refazíamos os 150 km da estrada, antes da Ponte Rio–Niterói, com alguns solavancos, mas, desfrutando a delícia da mudança do clima quando começava a subida da serra.

Em 50 anos, que é um piscar de olhos na vida de uma cidade, tudo mudou da água límpida para o tumulto da cidade que inchou, como doente incurável. Raspando nos 200 mil habitantes que não cabem na área urbana e galgam os morros para o equilíbrio de casas e barracos estancados em áreas de risco. Já não é tão tranqüila a caminhada pelo centro para especular as ofertas nas vitrines para distrair a vista na sucessão de imagens da cidade.

A viagem que era segura e tranqüila transformou-se num inferno. A fúria de entupir o cofre com a indústria das multas perdeu a cerimônia e enfia os gadanhos no bolso dos miliardários proprietários de um Fusca ou de uma Mercedes com a montagem das arapucas da aloucada dança dos limites de velocidade. Daqui a Nova Friburgo, com as alternâncias para aumentar a emoção, as placas de beira da estrada saltitam dos 30, 40, 50, 60, 70, 80, 90, 100 e 110 km, como cartas embaralhadas.

Como não há explicação lógica para o troca-troca das placas, ou o motorista viaja com as butucas fixadas no cateretê das placas ou cada viagem custa o preço de uma ida e volta a São Paulo de avião. Sei que é inútil o esperneio de um simples motorista de carro particular. Mas o exemplo da cidade que conheço, onde tenho casa, é o cartão-postal do Brasil.

As contradições são o carimbo da fase negra que atravessa não apenas o Brasil, pois a maldição parece universal. É fácil, mas inútil, colecionar as estatísticas que expõem o flagrante das tragédias que dão a volta no mapa. Não é caso de inflar o peito de orgulho. Mas o nosso país tem seu lugar no descompasso da incoerência. Nosso presidente Lula, recordista nacional de popularidade em todos os tempos, não cansa de repetir que vivemos o momento mágico da nossa História. Nunca, jamais tivemos um governo tão dedicado a desmanchar o nó das injustiças que castigam os mais pobres. E é o Bolsa Família, o Bolsa Escola, o exemplar atendimento do Sistema de Saúde, o milionário salário mínimo e o baixo custo de vida que sustentam a sua popularidade.

O ministério de luminares de cada setor esbofa-se para atender às demandas sociais, e até projeta o futuro longínquo à sombra das mangabeiras. Quando a natureza cobra o descaso criminoso do desmatamento, do êxodo do campo para as cidades, com a favelização das áreas invadidas pelo tráfico de drogas e a violência das ações pontuais das milícias policiais, descobrimos que o quadro não é de tão brilhante colorido como aparece nas fotos oficiais.

Bilhões de dólares entupiam as arcas do Banco Central, com as nossas reservas à prova de qualquer distúrbio na economia dos países ricos. E não é bem assim. O conselho do presidente para os festejos natalinos, estimulando os que têm emprego e recebem salário a comprar de carros financiados em até 90 meses às bugigangas para enfeitar os sapatos das crianças é uma jogada de risco com o dinheiro dos outros. Se der errado e as prestações atrasarem, cada qual que se vire ou dobrem o endividamento. Escândalo ou rotina?

O pior Congresso desde a ditadura militar não esgotou a taça dos vexames: no lusco-fusco da madrugada, o Senado aprovou a emenda constitucional que recria 7.343 vagas de vereadores em todo o país. No ato seguinte da opereta, o presidente da Câmara, deputado Arlindo Chinaglia (PT-SP), recusou-se a promulgar a emenda das prendas natalinas. Os suplentes de vereadores podem ficar tranqüilos: em briga do Congresso quem sempre paga a conta é o cofre da Viúva. Na abertura da próxima sessão legislativa, pazes feitas, as dos 7.343 serão recriadas. Quem sabe se com direito aos atrasados?

Mico sumário

Dora Kramer
DEU EM O ESTADO DE S. PAULO

O assunto é sério, está bem, mas não deixa de ser divertido ver o Congresso se atropelar todo, se sujar mais um pouco para abrir 7.343 vagas de vereadores e terminar ele mesmo atropelado, sem os vereadores pretendidos.

Tirando os graves malefícios impostos à República pela ausência de 7 mil novas excelências em Câmaras Municipais País afora, é de se comemorar o feito. Muito bem feito (nos dois sentidos), aliás, uma espécie de vingança coletiva à indiferença do Parlamento à opinião geral contra uma medida fútil, oportunista e de afronta a decisão anterior da Justiça.

Não há crise, retaliação, demonstração de tirania, pirotecnia nem grandeza na atitude da Mesa Diretora da Câmara que devolveu a emenda ao Senado dez horas depois de aprovada; de madrugada, como convém aos atos sorrateiros.

O presidente da Câmara Arlindo Chinaglia seria a última pessoa com autoridade para aceitar a promulgação da emenda da forma como foi remetida à Câmara.

Depois de adiar por dez meses o cumprimento da determinação judicial para a cassação do deputado Walter Brito por infidelidade, sob o argumento de que precisava cumprir todos os ritos, não poderia ignorar as normas do Legislativo.

Ele talvez nem tenha feito essa ilação. O mais provável é que tenha sido alertado pela assessoria técnica para a impossibilidade de se promulgar uma matéria cujo teor foi alterado pelo Senado.

Há o temperamento do Chinaglia, mas há também o regimento. Este foi ignorado pelos senadores que prefeririam ter da Mesa da Câmara a tolerância companheira. Devem ter raciocinado assim: se em maio a Câmara já havia aprovado a recomposição da maioria das vagas de vereadores cortadas pelo Tribunal Superior Eleitoral em 2004, teria todo interesse em passar por cima de detalhes a fim de propiciar um início de ano legislativo mais robusto aos vereadores por decreto.

Ocorre que para tudo na vida há um limite. Até nos ambientes mais permissivos existem regras a serem seguidas.

Em maio a Câmara aprovou as novas vagas, mas impôs redução do porcentual de repasse de verbas municipais para as Câmaras. O Senado retirou a restrição, separou esta parte, deu a ela o nome de “PEC paralela” e jurou por Deus que resolveria a questão em fevereiro. Com os edis já empossados, claro.

A emenda que chegou à Câmara na quinta-feira para promulgação era, óbvio, outra, diferente da aprovada sete meses antes pelos deputados. Cabe na cabeça de alguém que eles pudessem simplesmente carimbar a modificação feita pelo Senado por um ato da Mesa?

Na cabeça dos senadores coube perfeitamente, tal o grau de desrespeito a que se chegou no Brasil. Acharam naturalíssimo fazer a Câmara de despachante. E ainda se sentiram afrontados. O presidente da Casa, Garibaldi Alves, anunciou mandado de segurança junto ao Supremo e falou até em “confronto”. Os senadores desaforaram o presidente da Câmara o dia todo no plenário e invocaram agressão às suas prerrogativas.

Palhaçada seria o termo adequado, não fosse a expressão muito ligeira, insuficiente para definir uma cena em que se fala em altivez, se clama por respeito, se discursa em nome da correção, enquanto tudo em volta recende a sordidez.

Se enfrentamento há é pelo troféu da desfaçatez galopante. Parar o Congresso Nacional por causa de 7 mil cadeiras em Câmaras Municipais aprovadas a toque de caixa e a poder da pressão de suplentes de vereadores (com prefeitos, deputados estaduais e governadores por trás, evidentemente) é algo de uma irresponsabilidade, de uma pequenez, de uma vulgaridade inimagináveis entre gente civilizada, no sentido de civilidade.

E o pior é que as coisas ainda ficarão bem piores. Sempre pode surgir alguém com a idéia de autoconvocação do Congresso para resolver a questão dos vereadores. Mas, mesmo que não surja ou que o bom senso rechace a idéia, ou que ela seja juridicamente inócua, ainda há toda a briga na Justiça pela frente, haverá a aprovação final da emenda e haverá a tentativa dos suplentes de tomarem posse em algum momento de 2009.

O que o episódio revela também é a perda da capacidade do Parlamento de bastar-se como Poder.

O vácuo nas ações legislativas já vem sendo ocupado pelo Judiciário, desde que o TSE e o Supremo decidiram fazer a parte que lhes cabe no latifúndio institucional.

Agora o Congresso não está mais conseguindo resolver uma questão regimental entre as suas duas Casas. Precisa recorrer ao STF. O Senado quer obrigar a Câmara a assinar algo e, para isso, atravessa a Praça dos Três Poderes para buscar socorro.

O argumento é que o presidente da Câmara devolveu a emenda sem “falar” com o presidente do Senado, que, por sua vez, busca um advogado como fazem partes em litígio sem condições de diálogo.

Desprovido da capacidade de parlamentar, depois de perder a energia para legislar e de abrir mão do rigor na função de fiscalizar em nome de acertos constantes, o Poder Legislativo é uma instituição oca.

O império da mediocridade

Fernando Rodrigues
DEU NA FOLHA DE S. PAULO

BRASÍLIA - Só há uma certeza no episódio da farra dos vereadores: deputados e senadores estão desconectados dos interesses do país.

Apenas quem tivesse acabado de chegar ao planeta Terra e estivesse desinformado sobre a crise econômica global seria capaz de propor o incrível aumento de 7.343 vagas nas Câmaras Municipais brasileiras.

A novela teve um enredo torto, do início até o estágio atual. Na madrugada de quarta para quinta-feira, os senadores aprovaram a emenda constitucional dos vereadores. Por justiça, eis os nomes dos que foram contrários a ela: Cristovam Buarque (PDT-DF), João Pedro (PT-AM), Kátia Abreu (DEM-TO), Raimundo Colombo (DEM-SC) e Tião Viana (PT-AC).

Os deputados fingiram uma reação no dia seguinte. O presidente da Câmara, Arlindo Chinaglia (PT-SP), teve um chilique. Recusou-se a promulgar a emenda. Alegou uma alteração no mérito, pois os senadores separaram para votar depois uma (relativamente inócua) restrição ao aumento dos gastos de câmaras municipais.

Se a atitude dos senadores votando durante a madrugada foi digna de uma república bananeira, os deputados não fizeram por menos. O pecado original nasceu na Câmara.Os deputados iniciaram o processo de aumento de vagas nas Câmaras Municipais. Ninguém consegue explicar a razão pela qual o país melhorará com mais 7.343 vereadores remunerados. Esse é o ponto.

Alegar uma eventual restrição nos gastos é como aproveitar esta época do ano e escrever uma carta a Papai Noel. Está para nascer o político capaz de produzir 7.343 vagas de vereadores no Brasil sem aumentar o custo para o Estado.

Em meio a esse império da mediocridade, Câmara e Senado mais uma vez se omitem. Deixaram a palavra final para a Justiça. Depois, certamente, reclamarão da judicialização da política.

Teimar é preciso


Clóvis Rossi
DEU NA FOLHA DE S. PAULO

SÃO PAULO - É justa a reclamação do presidente Lula contra os empresários que estão demitindo funcionários. Justa em termos, melhor dito. Justa se se refere, como o fez o presidente, a empresas que cortam pessoal para manter o nível de lucratividade que, em muitos casos, foi espantoso nos últimos muitos anos.

Quando o corte se dá para evitar entrar no vermelho, é triste, mas não há alternativa. Ou melhor, a alternativa é correr o risco de quebrar a companhia, com o que o número de postos de trabalho perdido será exponencialmente maior.

Na hora da dificuldade é que se vai ver se os copiosos relatórios sobre "responsabilidade social" são para valer ou apenas propaganda.

O primeiro círculo de "responsabilidade social" está formado pelos funcionários. Dividir com eles os lucros, na bonança, e as dores (via redução do lucro), na hora do aperto, deveria ser um lema de ferro de qualquer companhia que leve a sério sua responsabilidade social.

Escrevo o parágrafo anterior, releio-o e vem uma baita vontade de deletá-lo sumariamente, porque vai parecer piegas, tolinho, idealismo deslocado no tempo.

Tão deslocado que a índole mais profunda de uma fatia importante do empresariado se revelou na proposta de "flexibilização" da legislação trabalhista, desancada à perfeição por Ricardo Melo dias atrás nesta mesma página.

Mantenho, no entanto, o parágrafo boboca, menos por esperança de que convença alguém e mais por teimosia e coerência com tantos parágrafos escritos ao longo do tempo, tempo demais aliás.

A propósito: os dados sobre desemprego ontem divulgados pelo IBGE (7,6% em novembro, 0,1 ponto percentual acima do de outubro, mas o menor para novembro desde 2002) só mostram que o passado recente já não conta a história do futuro imediato, que tende a ser de desemprego em crescimento.

Respeito aos trabalhadores

Dalmo Dallari
professor e jurista
DEU NO JORNAL DO BRASIL


Tomando como pretexto a crise econômico-financeira provocada pelos excessos da agiotagem, empresários que nos últimos anos acumularam muito dinheiro, tanto em atividades regulares quanto praticando desvios de fundos sociais para aplicações financeiras que acreditavam que fossem muito rentáveis – embora ilegais ou de duvidosa legalidade – falam agora na dispensa necessária de trabalhadores, na "flexibilização dos direitos trabalhistas" e na "adoção de medidas de exceção" para compensar as perdas sofridas e para garantir os seus lucros aliviando despesas.

Quanto às lamentações dos empresários que se dizem vítimas de manipuladores do mercado financeiro, aos quais entregaram recursos consideráveis esperando obter lucros fabulosos, é oportuno lembrar um brocardo jurídico aplicado na área penal, segundo o qual "ninguém pode alegar em seu favor sua própria torpeza". Com efeito, além dos aspectos jurídicos envolvidos nessas questões, os fatos já revelados deixam mais do que evidente a culpa dos empresários, que, embora muitas vezes encenando o papel de vítimas, ainda assim não conseguem ocultar que continuam os senhores do poder econômico e que não têm a mínima necessidade, nem a intenção, de abrir mão das vantagens e dos privilégios proporcionados pela riqueza. Isso ficou muito evidente, por exemplo, quando três grandes empresários estadunidenses foram a Washington pedir dinheiro ao governo para socorrer suas empresas vítimas da agiotagem, mas cada um foi em seu jatinho particular, o que está muito longe de sugerir dificuldades econômicas.

Vem a propósito lembrar que o excesso de apego à riqueza material, com desprezo pelos valores éticos e pelos direitos fundamentais da pessoa humana, já forçou os trabalhadores a reagir em defesa da sobrevivência física e da dignidade deles próprios e de suas famílias. Foi assim que surgiram os movimentos socialistas, bem como o sindicalismo, o catolicismo social e outros movimentos originados na consciência do direito e do dever de lutar contra a negação de direitos aos que davam contribuição substancial à criação das riquezas mas eram economicamente dependentes.

A humanidade evoluiu muito em termos do relacionamento justo do capital com o trabalho e essa evolução se deveu, em grande parte, ao fato de que o crescimento em número e a organização e mobilização dos trabalhadores criaram uma força capaz de se opor aos excessos dos detentores do capital. Graças a isso e à evidente conveniência do relacionamento pacífico e disciplinado surgiu e se desenvolveu o direito do trabalho, que fixa regras para a conjugação dos potenciais de ambas as partes, de maneira que haja respeito recíproco e os trabalhadores, mesmo continuando a ser a parte economicamente mais fraca, tenham garantido seus direitos fundamentais e sua dignidade, sem estarem sujeitos a imposições arbitrárias dos detentores do capital. Os empresários devem ter consciência de que o trabalhador, enquanto pessoa humana, e sua dignidade, são valores preponderantes, que devem ser preservados, acima de qualquer objetivo de ordem econômica ou financeira. A par disso, devem atentar para as lições da história e não se esquecer de que o respeito aos trabalhadores e aos seus direitos é essencial para a manutenção da ordem e a convivência pacífica, indispensáveis para a continuidade das atividades empresariais.

A crise e o emprego

Merval Pereira
DEU EM O GLOBO


NOVA YORK. Um dos pontos mais sensíveis do acordo de mais de US$17 bilhões anunciado ontem pelo presidente Bush para socorrer as montadoras de automóveis Chrysler e GM é a exigência de que os níveis salariais dos funcionários sejam compatibilizados com o mercado de trabalho, uma maneira sutil de avisar que os sindicatos vão ter que aceitar uma redução salarial que rejeitaram uma semana atrás. Os congressistas, especialmente os republicanos, já haviam tentado que os sindicatos da indústria automobilística de Detroit aceitassem reduzir as vantagens salariais que os operários das montadoras americanas têm, para tornar as fábricas competitivas com as japonesas e as européias, mas essa exigência fora recusada, o que impediu que o acordo fosse fechado no Congresso.

Atribui-se aos senadores sulistas essa exigência, que inviabilizou a ajuda a Detroit, pois as fábricas de automóveis japonesas e coreanas estão no Sul dos EUA, livres da pressão dos sindicatos do Norte.

Em Detroit, centro da indústria norte-americana de automóveis, os trabalhadores acumulam acordos que lhes garantem benefícios acima da média nacional, como assistência médico-hospitalar vitalícia e previdência privada. Benefícios que, segundo estudos, acrescentam um custo médio de US$2 mil dólares ao preço final dos veículos produzidos pelas três grandes montadoras, tirando-lhes competitividade no mercado.

São cerca de dois milhões de trabalhadores e dependentes atendidos por alguma espécie de seguro-saúde pago pela indústria, e cerca de um milhão de pensionistas, contra 300 mil operários em atividade, o que inviabiliza economicamente a operação dessas montadoras.

O acordo anunciado ontem certamente foi negociado com as direções da Chrysler e da GM, e os sindicatos agora terão que fazer parte da reestruturação das companhias para que a falência não tenha que ser pedida dentro de três meses, prazo final para a apresentação de um plano de longo prazo que viabilize a operação.

Como os executivos também terão que abrir mão de seus altos salários e bônus por performance, é provável que tenha chegado a hora de a realidade impor seus limites ao sindicalismo de resultados.

O acordo foi feito baseado nos termos em que a maioria democrata havia concebido, antes de ser inviabilizado pela minoria republicana no Congresso. A segunda parte do empréstimo poderá ser liberada já na administração de Barack Obama, em março do próximo ano.

Ou então ser substituída pela decisão de exigir o reembolso da primeira parte do empréstimo e obrigar GM e Chrysler a pedir falência, se não se mostrarem em condições de planejar seu futuro de maneira economicamente viável.

A cadeia de empregos da indústria automobilística é muito longa, e pode atingir cerca de um milhão de operários em diversas indústrias. É esse alcance que faz com que nem o governo Bush queira sair com uma crise desse tamanho, nem o presidente eleito deseje assumir o governo em meio a uma situação de desemprego tão grave num setor simbólico da economia americana.

Da mesma maneira, pressionados pela crise econômica internacional, no Brasil já se começa a discutir possíveis flexibilizações na legislação trabalhista, um antigo projeto de vários governos, inclusive o de Lula.

Os sindicalistas da Vale estão aceitando flexibilizar alguns direitos trabalhistas para garantir os empregos.

A proposta do presidente da empresa, Roger Agnelli, de o governo patrocinar uma reforma das leis trabalhistas nem que fosse temporária, embora rejeitada pelo presidente Lula, está se impondo devido às dificuldades cada vez maiores na economia.

Embora o presidente Lula se irrite com as demissões e faça afirmações populistas como a de que nenhum empresário tem razão para demitir - apesar de todas as indicações serem de que o terceiro trimestre do ano será de recessão -, o gerente da pesquisa mensal de emprego do Instituto Brasileiro de Geografia e Estatística (IBGE), Cimar Azeredo, admitiu que já existe uma tendência de aumento nos números do desemprego de novembro em relação a outubro, que estão aparentemente estáveis.

Setores de atividade que sentem imediatamente os efeitos da mudança na conjuntura econômica, como restaurantes e hotéis, tiveram queda de 0,8%, e serviços domésticos de 1,5%.

O presidente Lula poderia perfeitamente aproveitar o momento propício a negociações, já que a realidade da crise está se impondo inexoravelmente, para recuperar o projeto de reforma das leis trabalhistas, que já foi uma de suas prioridades no primeiro mandato.

O líder sindicalista Lula classificava a CLT, que agora considera intocável, de "AI-5 dos trabalhadores". A CLT e a permissão para haver apenas um sindicato por categoria em cada município, persistem, e o sindicato continua atrelado ao Estado.

O PT e a CUT, do deputado Vicentinho, se aliaram à Força Sindical, do deputado Paulinho, do mesmo PDT do ministro do Trabalho, Carlos Lupi, e aceleraram a votação do projeto que, a título de um "reconhecimento histórico" das centrais, tem como motivação a captação anual de recursos originários do imposto sindical compulsório.

Um retrocesso institucional que consolidou uma "república sindicalista", com espaço ampliado de atuação e finanças revitalizadas.

Em vez de usar sua liderança no meio sindical para aprovar uma nova legislação trabalhista que fosse benéfica para a criação de empregos no país, Lula decidiu fazer uma política de reforço do sindicalismo e conseguiu unir todas as centrais sindicais em torno do governo.