terça-feira, 8 de dezembro de 2009

Gonzalo Cáceres Quiero:: Una nueva (e)lección para Chile: desafíos progresistas

FONTE: GRAMSCI E O BRASIL

Cuando se trata de elecciones limpias, se ha vuelto usual que los vencidos en una contienda nacional, federal o local, admitan de inmediato la derrota por disputada que haya sido la campaña y cerrado el resultado. Si de América Latina estamos hablando y sólo en la última presidencial mexicana, tan importante aceptación se ha manifestado primero como rechazo y luego como tardío reconocimiento. Con todo, y a riesgo de alimentar un optimismo inapropiado, acompañaremos a los que prefieren fiarse tanto del estado de salud de las nuevas democracias regionales como de la idoneidad de sus procesos electorales. El último plebiscito venezolano o la precipitada elección hondureña, por citar dos ejemplos recientes, confirmarían una tendencia a la corrección ahí donde antes afloraba el fraude a la mexicana o, en el mejor de los casos, su imaginario.

Menos usual que el ya tradicional reconocimiento de los perdedores es que los derrotados tengan como candidato un político influyente que, además, se distingue por sus credenciales de ex Presidente. El reciente fracaso de Kirchner en las últimas elecciones argentinas constituye un didactismo elocuente respecto a que ningún aspirante debiera suponerse confiado vencedor, con prescindencia del escaño en disputa, el rival a vencer o el carácter de la votación. Si bien no podemos olvidar que el ex mandatario argentino concluyó su administración con una extensa aprobación, tampoco debemos omitir la desafección ciudadana hacia el rigorismo de la política como beligerancia que ha venido caracterizado las administraciones Kirchner-Fernández.

Si nos trasladamos al otro costado de Los Andes y cerramos foco en la campaña presidencial chilena, admitiremos que es la primera vez que la oposición de centro-derecha lleva la delantera y goza de las mejores probabilidades de triunfo. Con todo, el énfasis del artículo no estará puesto en un campo al que el autor de éstas notas no pertenece ni vota. La prioridad descansará en el fatigado animal concertacionista, vencedor en tantas elecciones anteriores, pero extraviado en la presente. Al respecto, con cargo al realismo político es importante despejar un dato prevaleciente pese a la disconformidad que nos provoca: el candidato concertacionista dispone de las mayores probabilidades para pasar la segunda vuelta. No será la oportunidad para referirnos al vigoroso potencial que exhibe el independiente-progresista Marco Enríquez-Ominami o las fortalezas que derrama el reconocido reformista de izquierda, Jorge Arrate. Contrario sensu las preferencias del autor, lo que sigue será un ejercicio especulativo fundado en la suposición que Eduardo Frei avanza, no sin sobresaltos, al ballotage.

Antes que nada, ¿Cuál es el capital político del candidato concertacionista? Simplificando el análisis, Frei agrega a su condición de ex mandatario un atributo-membrecía: pertenece al partido mayoritario de la Concertación, a la que también pertenece una Presidenta cuya popularidad viene detonando las encuestas hasta presentarse en una preferencia casi unánime.

Aunque la adscripción partidaria de Eduardo Frei no es idéntica a la de Michelle Bachelet (democratacristiano el primero, socialista la segunda), su filiación concertacionista los solidifica como parte constituyente de la más duradera, exitosa y victoriosa alianza política en la historia presidencialista de Chile. Coalición que, como se sabe, exhibe el nada despreciable record de casi 20 años de gobiernos consecutivos desde que Aylwin substituyera a un todavía vigente Pinochet en marzo de 1990.

¿Cómo entender, por lo tanto, una posible derrota de Frei en el ballotage de enero del 2010 si su candidatura proviene de una fuerza cuasi inoxidable? Suplementando la pregunta con otras informaciones, ¿Cómo explicar un eventual fracaso presidencial si Bachelet concita más de un 80% de adhesión, su administración capitaliza por arriba del 60% de las simpatías ciudadanas, las políticas gubernamentales de protección social anestesiaron la crisis económica y, como si fuera poco, el ceño adusto del Estado se transfiguró en regazo acogedor?

La mala noticia para Frei, nos dicen algunos analistas proclives al oficialismo, es que tan sólo un fragmento del capital político que Bachelet acumuló aceleradamente puede ser traspasado a su tosca candidatura. Como dicta el cálculo político en situación de menoscabo, la reacción de Frei y su comando al decrecimiento en las preferencias (arrancó marcando más del 35% y en noviembre se rezagó hasta el 27%) fue asegurar el mayor contagio posiblemente de lo que se ha dado en llamar, no sin sarcasmo, el “fenómeno Bachelet”. Para sus asesores y por mínimo que fuera el saldo de la operación, Frei debía ubicarse del lado de la figura con más credibilidad de la política chilena. De ahí entonces que en fotografías de circunstancia, oportunas inauguraciones y variadas menciones recíprocas, Frei y Bachelet edificaron una impostada concomitancia que creció hasta el hartazgo el último mes.

Desafortunadamente para sus intenciones, con una adhesión que ni las encuestas más halagüeñas proyectan por arriba del 43% para una hipotética 2° vuelta, Frei se desespera por la falta de oxígeno para seguir soñando con una segunda residencia en La Moneda. Sus analistas saben con seguridad que, para pensar en ganar, Frei necesita crecer mucho más allá de lo que la totalidad de la izquierda extraparlamentaria pudiera traspasarle como apoyo instrumental. Sin perjuicio de otras y muy importantes limitaciones, su campaña pareciera desentenderse de dos cuestiones cardinales.

Por una parte, Frei y su comando fallan en comprender una centro-derecha que no por nada renovó su rostro de filigranas autoritarias, se operó de un impresentable pinochetismo basal y endulzó substancialmente su contenido, hasta rasurarlo casi por completo de neoliberalismo y neointegrismo. En vez de caracterizar la silueta de su oponente como liberal y compasiva, Frei está a un paso de resucitar una reliquia. Nos referimos a la constitución de un virtual frente antifascista cuyas capacidades defensivas nunca han probado ser eficientes.

De otra parte, Frei y su comando, con seguridad, van a recurrir a la mano visible del Estado, cuya opacidad intervencionista es uno de los principales “activos” a los que el concertacionismo acude cuando la desesperación cunde y atolondra. El problema es que la segura intoxicación intervencionista, tan insubstancial como ilegal, con seguridad le impedirá al comando descubrir y capitalizar uno de los principales hallazgos que Bachelet ostenta: la fraternidad como amistoso antídoto frente al clasismo piramidal.

Conseguidas cuotas crecientes de libertad política, transformada la igualdad en un horizonte proyectual, Frei y la Concertación tienen, en la fraternidad que Bachelet anida, el brazo ortopédico que puede resucitar una candidatura exangüe de proyectos y roma de pasión. Casi por completo desactualizado de las ilusiones del Chile que ya cambió, Frei debe girar sobre su eje y cambiar definitivamente. ¿Podrá hacerlo?

Mientras aguardamos con disimulada impaciencia que la rueda de la historia nos regale un resultado diferente al elucubrado, retumba en nuestro oídos la conocida frase de Adam Przeworski: “Ama la incertidumbre y serás democrático”. Con seguridad, el rictus apesadumbrado del concertacionismo sociológico preferiría otra sentencia a una que les recuerda su peor pesadilla.

Gonzalo Cáceres Quiero é historiador e professor da PUC/Santiago de Chile.

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