segunda-feira, 8 de junho de 2009

O discurso de Obama no Cairo

Barack Hussein Obama
Universidad de El Cairo. 4 de junio de 2009.

Es un honor para mí estar en la ciudad eterna de El Cairo, y tener como anfitriones a dos eminentes instituciones. Durante más de mil años, Al-Azhar ha sido un modelo de enseñanza islámica y, durante más de un siglo, la Universidad de El Cairo ha sido una fuente de adelantos para Egipto. Juntas, representan la armonía entre la tradición y el progreso. Agradezco su hospitalidad y la hospitalidad del pueblo de Egipto. También es un orgullo para mí ser el portador de la buena voluntad del pueblo estadounidense y del saludo de paz de las comunidades musulmanas en mi país: “Salaam aleikum”.

Nos congregamos en un momento de tensión entre Estados Unidos y musulmanes alrededor del mundo, tensión arraigada en fuerzas históricas que van más allá de cualquier debate sobre política actual. La relación entre el Islam y el Occidente incluye siglos de coexistencia y cooperación, pero también conflictos y guerras religiosas. Recientemente, la tensión ha sido alimentada por el colonialismo que les negó derechos y oportunidades a muchos musulmanes, y una Guerra Fría en la que a menudo se utilizaba a los países de mayoría musulmana como agentes, sin tener en cuenta sus aspiraciones propias. Además, el cambio arrollador causado por la modernidad y la globalización han llevado a muchos musulmanes a considerar que el Occidente es hostil con las tradiciones del Islam.

Extremistas violentos se han aprovechado de estas tensiones entre una minoría pequeña, pero capaz, de musulmanes. Los ataques del 11 de septiembre del 2001 y los esfuerzos continuos de estos extremistas de actuar violentamente contra civiles han llevado a algunas personas en mi país a considerar al Islam inevitablemente hostil no sólo con Estados Unidos y los países del Occidente, sino también con los derechos humanos. Esto ha engendrado más temor y más desconfianza.

Mientras nuestra relación sea definida por nuestras diferencias, les otorgaremos poder a quienes siembran el odio en vez de la paz, y a quienes promueven el conflicto en vez de la cooperación que puede ayudar a todos nuestros pueblos a lograr la justicia y la prosperidad. Éste ciclo de suspicacia y discordia debe terminar.

Un nuevo comienzo

He venido aquí a buscar un nuevo comienzo para los Estados Unidos y los musulmanes de alrededor del mundo, que se base en intereses mutuos y el respeto mutuo; y que se base en el hecho de que Estados Unidos y el Islam no se excluyen mutuamente y no es necesario que compitan. Por el contrario: coinciden en parte y tienen principios comunes, principios de justicia, progreso, tolerancia y el respeto a la dignidad de todos los seres humanos.

Lo hago sabiendo que el cambio no puede suceder de la noche a la mañana. Ningún discurso por su cuenta puede acabar con años de desconfianza, ni puedo en el tiempo que tengo contestar todas las preguntas complejas que nos han traído a este momento. Pero estoy convencido que para progresar, debemos decir abiertamente lo que pensamos y, demasiadas veces, eso se dice solamente detrás de puertas cerradas. Debe haber un esfuerzo sostenido de escucharnos los unos a los otros, de aprender unos de otros; de respetarnos unos a otros, y de buscar terreno común. Como nos dice el Sagrado Corán: “Tengan conciencia de Dios y digan siempre la verdad”. Eso es lo que trataré de hacer: decir la verdad de la manera más clara posible, reconociendo humildemente la tarea que nos queda por delante, con la firme convicción de que los intereses que compartimos como seres humanos son mucho más poderosos que las fuerzas que nos dividen.

Parte de esta convicción está arraigada en mi propia experiencia. Soy cristiano, pero mi padre pertenecía a una familia de Kenia que incluye a varias generaciones de musulmanes. De niño, pasé varios años en Indonesia y escuché el llamado del Azán al amanecer y atardecer. De joven, trabajé en comunidades de Chicago donde muchos encontraban dignidad y paz en su religión musulmana.

Como estudioso de la historia, sé también que la civilización tiene una deuda con el Islam. Fue el Islam –en lugares como la Universidad Al-Azhar– el que llevó la antorcha del aprendizaje durante muchos siglos y preparó el camino para el Renacimiento y el Siglo de las Luces en Europa. Fueron las comunidades musulmanas las que inventaron nuestra brújula magnética y herramientas de navegación; las que desarrollaron el álgebra; nuestra pericia con la pluma y la impresión; nuestro entendimiento del proceso de contagio de las enfermedades y las formas de curarlas. La cultura islámica nos ha brindado majestuosos arcos y altísimas torres; poesía y música de eterna belleza; elegante caligrafía y lugares de contemplación pacífica. Y en toda la historia, el Islam ha demostrado por medio de sus palabras y actos las posibilidades de la tolerancia religiosa e igualdad de las razas.

Sé también que el Islam siempre ha sido parte de la historia de Estados Unidos. La primera nación en reconocer a mi país fue Marruecos. Al firmar el Tratado de Trípoli en 1796, nuestro segundo presidente, John Adams, escribió: “Estados Unidos no tiene ninguna enemistad con las leyes, religión o tranquilidad de los musulmanes”. Y desde nuestra fundación, los musulmanes estadounidenses han enriquecido a Estados Unidos. Lucharon en nuestras guerras, trabajaron para el gobierno, defendieron los derechos civiles, abrieron negocios, enseñaron en nuestras universidades, sobresalieron en nuestros estadios deportivos, ganaron premios Nobel, construyeron nuestro más alto rascacielos y encendieron la antorcha olímpica. Y cuando el primer musulmán estadounidense fue elegido recientemente al Congreso y juró defender nuestra Constitución usó el mismo Sagrado Corán que uno de nuestros fundadores, Thomas Jefferson, tenía en su biblioteca personal.

Entonces, conocí el Islam en tres continentes antes de venir a la región donde fue originalmente revelado. Esa experiencia guía mi convicción de que esa alianza entre Estados Unidos y el Islam se debe basar en lo que es el Islam, no en lo que no es, y considero que es parte de mi responsabilidad como Presidente de Estados Unidos luchar contra los estereotipos negativos del Islam dondequiera que surjan.

Pero ese mismo principio debe aplicarse a la percepción musulmana de Estados Unidos. Así como los musulmanes no encajan en un estereotipo burdo, Estados Unidos no encaja en el estereotipo burdo de un imperio que se preocupa sólo de sus intereses. Los Estados Unidos ha sido una de las mayores fuentes del progreso que el mundo jamás haya conocido. Nacimos de una revolución contra un imperio. Fue fundado en base al ideal de que todos somos creados iguales, y hemos derramado sangre y luchado durante siglos para darles vida a esas palabras, dentro de nuestras fronteras y alrededor del mundo. Nuestra identidad se forjó con todas las culturas provenientes de todos los rincones de la Tierra, y estamos dedicados a un concepto simple: "E pluribus unum": “De muchos, uno”.

Mucho se ha comentado del hecho de que un afroamericano con el nombre Barack Hussein Obama haya podido ser elegido Presidente. Pero mi historia no es tan singular. El sueño de oportunidades para todas las personas no se ha hecho realidad en todos los casos en Estados Unidos, pero la promesa todavía existe para todos los que llegan a nuestras costas, incluidos casi siete millones de musulmanes estadounidenses, que hoy están en nuestro país y tienen ingresos y educación por encima del promedio.

Es más, la libertad en Estados Unidos es indivisible de la libertad religiosa. Por eso hay una mezquita en todos los estados de nuestro país y más de 1.200 mezquitas dentro de nuestras fronteras. Por eso el gobierno de Estados Unidos recurrió a los tribunales para proteger el derecho de las mujeres y niñas a llevar el "jiyab" y castigar a quienes se lo negaban.

Entonces, que no quepa la menor duda: el Islam es parte de Estados Unidos. Y considero que Estados Unidos es, en sí, la prueba de que todos, sin importar raza, religión o condición social, compartimos las mismas aspiraciones: paz y seguridad, educación y un trabajo digno, amar a nuestra familia, a nuestra comunidad y a nuestro Dios. Son cosas que tenemos en común. Esto anhela toda la humanidad.

Por supuesto, el reconocimiento de nuestra humanidad común es apenas el comienzo de nuestra tarea. Las palabras por sí solas no satisfacen las necesidades de nuestros pueblos. Estas necesidades sólo se satisfarán si actuamos audazmente en los próximos años. Y debemos actuar con el entendimiento de que la gente en todo el mundo enfrenta los mismos desafíos, y si fracasamos, las consecuencias nos perjudicarán a todos, pues hemos aprendido de acontecimientos recientes que cuando un sistema financiero se debilita en un país, hay menos prosperidad en todas partes. Cuando una nueva gripe infecta a un ser humano, todos estamos en peligro. Cuando una nación procura armas nucleares, todas las naciones corren mayor riesgo de un ataque nuclear. Cuando extremistas violentos operan en una franja montañosa, el peligro se cierne sobre gente del otro lado del océano. Y cuando personas inocentes en Bosnia y en Darfur son asesinados, sentimos un peso en nuestra conciencia colectiva. Eso es lo que significa compartir este mundo en el siglo XXI. Somos mutuamente responsables ante los demás seres humanos.

Ésa es una responsabilidad difícil de asumir. Ya que la historia de la humanidad ha sido a menudo una letanía de naciones y tribus que subyugan a otras para satisfacer sus propios intereses. Sin embargo, en esta nueva era, semejantes actitudes son contraproducentes. Debido a nuestra interdependencia, cualquier régimen en el mundo que eleve a una nación o grupo humano por encima de otro, inevitablemente fracasará. Así que cualquiera que sea nuestra opinión del pasado, no debemos ser prisioneros de él. Debemos solucionar nuestros problemas colaborando, debemos compartir nuestro progreso.

Eso no significa que debemos ignorar las fuentes de tensión. De hecho, sugiere que debemos hacer exactamente lo contrario: debemos afrontar estas tensiones de frente. Y con esa intención, permítanme hablar de la manera más clara y transparente posible sobre algunos asuntos específicos que creo que debemos finalmente afrontar juntos.

Lo primero que debemos encarar es el extremismo violento en todas sus formas.

En Ankara, dejé claro que Estados Unidos no está y nunca estará en guerra contra el Islam. Sin embargo, les haremos frente sin descanso a los extremistas violentos que representan una grave amenaza para nuestra seguridad, porque rechazamos lo mismo que rechaza la gente de todos los credos: el asesinato de hombres, mujeres y niños inocentes. Y es mi deber principal como Presidente proteger al pueblo estadounidense.

Afganistán y Pakistán

La situación en Afganistán demuestra las metas de Estados Unidos y nuestra necesidad de trabajar juntos. Hace más de siete años, Estados Unidos tenía amplio apoyo internacional cuando fue en pos de Al Qaida y el Talibán. Ir allá no fue una opción; fue una necesidad. Y soy consciente de que hay quienes cuestionan o justifican los acontecimientos del 11 de septiembre. Pero seamos claros: Al Qaida asesinó a casi 3.000 personas ese día. Las víctimas fueron hombres, mujeres y niños inocentes de los Estados Unidos y muchos otros países que no habían hecho nada para hacerle daño a nadie. Y sin embargo, Al Qaida los asesinó sin misericordia, se adjudicó la responsabilidad por el ataque y aún ahora sigue declarando repetidamente su determinación de asesinar a gran escala. Tienen militantes en muchos países y están tratando de ampliar su alcance. Éstas no son opiniones para debatir, son hechos que debemos afrontar.

Y que quede claro: no queremos mantener a nuestras tropas en Afganistán. No queremos tener bases militares allá. Es doloroso para los Estados Unidos perder a nuestros jóvenes. Continuar este conflicto tiene un costo político y económico muy alto. De muy buena gana enviaríamos de regreso a casa a todas nuestras tropas si tuviéramos la certeza de que no hay extremistas violentos en Afganistán y Pakistán decididos a asesinar a todos los estadounidenses que puedan. Pero esa aún no es la situación.

Por eso estamos trabajando con una coalición de cuarenta y seis países. Y a pesar de los costos requeridos, el compromiso de los Estados Unidos no se debilitará. De hecho, ninguno de nosotros debe tolerar a estos extremistas. Han cometido asesinatos en muchos países. Han asesinado a gente de diferentes religiones, y más que nada, han asesinado a musulmanes. Sus actos son irreconciliables con los derechos de los seres humanos, el progreso de las naciones y el Islam. El Sagrado Corán enseña que quien mata a un inocente, mata a toda la humanidad; y quien salva a una persona, salva a toda la humanidad. La religión perdurable de más de mil millones de personas es mucho más fuerte que el odio intransigente de unos pocos. El Islam no es parte del problema en la lucha contra el extremismo violento, es parte importante de avanzar hacia la paz.

También sabemos que el poderío militar por sí solo no va a resolver los problemas en Afganistán y Pakistán. Por eso planeamos invertir $1.500 millones de dólares cada uno de los próximos cinco años, a fin de asociarnos con Pakistán para construir escuelas y hospitales, carreteras y empresas, y cientos de millones para ayudar a quienes han sido desplazados. Por eso estamos proporcionando más de $2.800 millones para ayudar al pueblo de Afganistán a desarrollar su economía y prestar servicios de los que depende la gente.

Irak


Permítanme también hablar del tema de Irak. A diferencia de Afganistán, nosotros elegimos ir a la guerra en Irak, y eso provocó fuerte antagonismo en mi país y alrededor del mundo. Aunque creo que, a fin de cuentas, el pueblo iraquí está mejor sin la tiranía de Sadam Husein, también creo que los acontecimientos en Irak han recordado a los Estados Unidos de Norteamérica que es necesario usar la diplomacia y promover consensos a nivel internacional para resolver nuestros problemas cuando sea posible. De hecho, podemos citar las palabras de Thomas Jefferson, quien dijo: “Espero que nuestra sabiduría aumente con nuestro poder y nos enseñe que cuanto menos usemos nuestro poder, éste más se incrementará”.

Hoy, Estados Unidos tiene una doble responsabilidad: ayudar a Irak a forjar un mejor futuro y dejar Irak en manos de los iraquíes. Le he dicho claramente al pueblo iraquí que no queremos bases militares y no queremos reclamar ninguna parte de su territorio ni de sus recursos. La soberanía de Irak es toda suya. Por eso ordené el retorno de nuestras brigadas de combate para el próximo agosto. Por eso cumpliremos con nuestro acuerdo con el gobierno de Irak, democráticamente elegido, de retirar nuestras tropas de combate de las ciudades iraquíes para julio y de retirar todas nuestras tropas de Irak para el 2012. Ayudaremos a Irak a capacitar a sus Fuerzas de Seguridad y a desarrollar su economía. Respaldaremos, como socio y jamás como patrón, a un Irak seguro y unido.

La tortura y Guantánamo

Y finalmente, así como Estados Unidos no puede tolerar la violencia a manos de extremistas, nunca debemos cambiar nuestros principios. El 11 de septiembre fue un trauma enorme para nuestro país. El temor y la ira que causó son comprensibles, pero en algunos casos, nos llevó a actuar en contra de nuestros ideales. Estamos tomando medidas concretas para cambiar de dirección. He prohibido inequívocamente el uso de la tortura por Estados Unidos y he ordenado que se clausure la prisión en la bahía de Guantánamo para comienzos del próximo año.

Entonces, Estados Unidos se defenderá, respetuoso de la soberanía de las naciones y el imperio de la ley. Y lo haremos en alianza con las comunidades musulmanas que también se ven amenazadas. Cuanto antes se aísle a los extremistas y no se les acepte en las comunidades musulmanas, más pronto estaremos todos más seguros.

Israel y Palestina

La segunda fuente importante de tensión que necesitamos discutir es la situación entre los israelíes, los palestinos y el mundo árabe.

Los estrechos vínculos de Estados Unidos con Israel son muy conocidos. Este vínculo es inquebrantable. Se basa en lazos culturales e históricos, y el reconocimiento de que el anhelo de un territorio judío está arraigado en una historia trágica que no se puede negar.

Alrededor del mundo, el pueblo judío fue perseguido durante siglos, y el antisemitismo en Europa culminó en un Holocausto sin precedente. Mañana, visitaré Buchenwald, que fue parte de una serie de campos donde los judíos fueron esclavizados, torturados, abaleados y asesinados en cámaras de gas por el Tercer Reich. Seis millones de judíos fueron aniquilados, más que toda la actual población judía de Israel. Negar ese hecho es infundado, ignorante y odioso. Amenazar a Israel con la destrucción o repetir viles estereotipos sobre los judíos son acciones profundamente equivocadas y sólo logran evocar entre los israelíes el más doloroso de los recuerdos y, a la vez, impedir la paz que los pobladores de la región merecen.

Por otro lado, también es innegable que el pueblo palestino –musulmanes y cristianos– también ha sufrido en la lucha por una patria. Durante más de sesenta años, han padecido el dolor del desplazamiento. Muchos esperan, en campamentos para refugiados en la Ribera Occidental, Gaza y tierras aledañas, una vida de paz y seguridad que nunca han tenido. Soportan las humillaciones diarias, grandes y pequeñas, que surgen de la ocupación. Entonces, que no quepa duda alguna: la situación para el pueblo palestino es intolerable. Estados Unidos no dará la espalda a las aspiraciones legítimas de los palestinos de dignidad, oportunidades y un estado propio.

Durante décadas, el conflicto se ha quedado en tablas: dos pueblos con aspiraciones legítimas, cada uno con una dolorosa historia que hace difícil llegar a un acuerdo. Es fácil asignar la culpa: para los palestinos culpar el desplazamiento a raíz de la fundación de Israel, y para los israelíes culpar la hostilidad constante y los ataques llevados a cabo durante toda su historia dentro y fuera de sus fronteras. Pero si vemos este conflicto solamente de un lado o del otro, entonces no podemos ver la verdad: la única resolución es que las aspiraciones de ambos lados las satisfagan dos estados, donde los israelíes y los palestinos tengan paz y seguridad.

Es de interés para Israel, es de interés para Palestina, es de interés para Estados Unidos, y es de interés para el mundo entero. Es por eso que mi intención es abocarme personalmente a esta solución dedicando toda la paciencia que la tarea requiere. Las obligaciones que las partes acordaron conforme al plan son claras. Para que llegue la paz, es hora de que ellos –y todos nosotros– cumplamos con nuestras responsabilidades.

Los palestinos deben abandonar la violencia. La resistencia por medio de violencia y asesinatos está mal y no resulta exitosa. Durante siglos, las personas de raza negra en Estados Unidos sufrieron los azotes del látigo como esclavos y la humillación de la segregación. Pero no fue con violencia que lograron derechos plenos y equitativos. Fue con una insistencia pacífica y decidida en los ideales centrales de la fundación de Estados Unidos. Esta misma historia la pueden contar pueblos desde Sudáfrica hasta el sur de Asia; desde Europa Oriental hasta Indonesia. Es una historia con una verdad muy simple: la violencia es un callejón sin salida. No es señal de valentía ni fuerza el lanzar cohetes contra niños que duermen, ni hacerlos estallar contra ancianas en un autobús. Así no se obtiene autoridad moral; así se renuncia a ella.

Éste es el momento en que los palestinos se centren en lo que pueden construir. La Autoridad Palestina debe desarrollar su capacidad de gobernar, con instituciones que satisfagan las necesidades de su pueblo. Hamas cuenta con respaldo entre algunos palestinos, pero también tiene responsabilidades. Para desempeñar un papel en hacer realidad las aspiraciones de los palestinos, y unir al pueblo palestino, Hamas debe poner fin a la violencia, reconocer acuerdos del pasado, y reconocer el derecho de Israel a existir.

Al mismo tiempo, los israelíes deben reconocer que así como no se puede negar el derecho de Israel a existir, tampoco se puede negar el de Palestina. Estados Unidos no acepta la legitimidad de más asentamientos israelíes. Dicha construcción viola acuerdos previos y menoscaba los esfuerzos por lograr la paz. Es hora de que cesen dichos asentamientos.

Israel también debe cumplir con sus obligaciones de asegurarse de que los palestinos puedan vivir y trabajar y desarrollar su sociedad. Y así como es de devastadora para familias palestinas, la crisis humanitaria en Gaza, que continúa, no contribuye a la seguridad de Israel, ni tampoco lo hace la falta de oportunidades en la Ribera Occidental. El progreso en la vida cotidiana del pueblo palestino debe ser parte del camino hacia la paz, e Israel debe tomar pasos concretos para permitir ese progreso.

Finalmente, los estados árabes deben reconocer que la Iniciativa Árabe de Paz fue un punto de partida importante, pero no el fin de sus responsabilidades. El conflicto árabe-israelí ya no debe ser usado para distraer a los pobladores de los países árabes y disimular la existencia de otros problemas. Más bien, debe dar lugar a medidas para ayudar al pueblo palestino a desarrollar las instituciones que sustenten su estado; a reconocer la legitimidad de Israel, y a optar por el progreso por encima de la contraproducente atención al pasado.

Los Estados Unidos alinearemos nuestra política con quienes buscan la paz, y diremos en público las cosas que les decimos en privado a los israelíes y palestinos y árabes. No podemos imponer la paz. Pero en privado, muchos musulmanes reconocen que Israel no desaparecerá. Asimismo, muchos israelíes reconocen la necesidad de un estado palestino. Es hora de actuar basándonos en lo que todos sabemos que es cierto.

Se han derramado demasiadas lágrimas. Se ha derramado demasiada sangre. Todos nosotros tenemos la responsabilidad de trabajar para que llegue el día en que las madres de israelíes y palestinos puedan ver a sus hijos crecer sin temor; cuando la Tierra Santa de tres grandes religiones sea el lugar de paz que Dios se propuso que fuera; cuando judíos y cristianos y musulmanes puedan tener en Jerusalén un hogar seguro y perdurable, y un lugar donde todos los hijos de Abraham fraternicen pacíficamente como en la historia del Isrá, cuando se unieron para orar Moisés, Jesús y Mahoma (que la paz esté con ellos).

Irán y las armas nucleares

La tercera fuente de tensión es nuestro interés compartido en los derechos y responsabilidades de los países con relación a las armas nucleares.

Este asunto ha sido una fuente de tensión, en particular entre Estados Unidos y la República Islámica de Irán. Durante muchos años, Irán se ha definido en parte por su oposición a mi país, y de hecho, la historia entre nosotros ha sido tumultuosa. En medio de la Guerra Fría, Estados Unidos desempeñó un papel en el derrocamiento de un gobierno iraní elegido democráticamente. Desde la Revolución Islámica, Irán ha desempeñado un papel en secuestros y actos de violencia contra militares y civiles estadounidenses. Esta historia es muy conocida. En vez de permanecer atrapados en el pasado, les he dejado en claro a los líderes y al pueblo de Irán que mi país está dispuesto a dejar eso atrás. La cuestión ahora no es a qué se opone Irán, sino más bien, qué futuro quiere forjar.

Será difícil superar décadas de desconfianza, pero avanzaremos con valentía, rectitud y convicción. Habrá muchos temas que discutir entre nuestros dos países, y estamos dispuestos a seguir adelante, sin precondiciones, basados en un respeto mutuo. Pero no hay duda para quienes se ven afectados que, en cuanto a las armas nucleares, hemos llegado a un punto decisivo. Esto no es simplemente cuestión de los intereses de Estados Unidos. Esto es cuestión de evitar una carrera de armas nucleares en el Oriente Medio que podría llevar a esta región por un camino sumamente peligroso.

Comprendo a quienes protestan porque algunos países tengan armas que otros no tienen. Ningún país por su cuenta debe escoger que países deben tener armas nucleares. Es por eso que he reafirmado firmemente el compromiso de Estados Unidos de procurar un mundo en el que ningún país tenga armas nucleares. Y todo país –incluido Irán– debe tener el derecho de utilizar energía nuclear pacífica si cumple con sus responsabilidades conforme al Tratado de No Proliferación Nuclear. Ese compromiso es esencial en el tratado, y todos los que lo ratifican deben cumplirlo sin falta. Y tengo la esperanza de que todos los países de la región puedan compartir este objetivo.

La democracia

El cuarto asunto que deseo tratar es la democracia.

Sé que ha habido una polémica sobre la promoción de la democracia en años recientes y que gran parte de dicha controversia tiene que ver con la guerra en Irak. Entonces, permítanme ser claro: ninguna nación puede ni debe imponer un sistema de gobierno a una nación.

Eso no disminuye mi compromiso, sin embargo, con los gobiernos que reflejan la voluntad del pueblo. En cada nación, este principio cobra vida a su manera, en base a las tradiciones de su propia gente. Estados Unidos no pretende saber lo que es mejor para todos, así como no pretenderíamos determinar el resultado de elecciones pacíficas. Pero sí tengo una convicción inquebrantable en que todas las personas anhelan ciertas cosas: la posibilidad de expresarse libremente y tener voz y voto en la forma de gobierno; la confianza en el Estado de derecho e imparcialidad de la justicia; un gobierno transparente que no le robe a su gente; la libertad de vivir según escoja cada uno. Éstas no son sólo ideas estadounidenses, son derechos humanos, y es por eso que nosotros los apoyaremos en todas partes.

No existe un camino directo para alcanzar esta promesa. Pero no hay duda de esto: los gobiernos que protegen estos derechos, a fin de cuentas, son más estables, exitosos y seguros. La supresión de ideas nunca logra hacer que desaparezcan. Estados Unidos valora el derecho de todas las voces pacíficas y respetuosas con la ley a ser escuchadas en todo el mundo, incluso si discrepamos con ellas. Y acogeremos a todos los gobiernos electos y pacíficos, siempre que gobiernen respetando a toda su gente.

Este último punto es importante porque hay quienes abogan por la democracia sólo cuando no están en el poder, y ya en el poder, no tienen misericordia al buscar la supresión de los derechos de los otros. No obstante, donde ocurra, el gobierno del pueblo y por el pueblo establece un único estándar para quienes están en el poder: deben mantener su poder a través del consentimiento, no mediante la coerción; deben respetar los derechos de las minorías a participar basándose en la tolerancia y el consenso; deben poner los intereses de su pueblo y los procesos políticos legítimos por encima de su partido. Sin estos ingredientes, las elecciones, sin más, no desembocan en verdadera democracia.

La libertad religiosa

El quinto asunto que debemos encarar juntos es el de la libertad religiosa.

El Islam tiene una orgullosa tradición de tolerancia. Lo vemos en la historia de Andalucía y Córdoba durante la Inquisición. Lo vi con mis propios ojos de niño en Indonesia, donde los cristianos devotos practicaban su religión libremente en un país predominantemente musulmán. Ése es el espíritu que necesitamos hoy. Las personas de todos los países deberían ser libres de escoger su religión y llevar una vida como dicte su mente, corazón y alma. Esta tolerancia es esencial para que la religión prospere, pero está siendo atropellada de muchas maneras diferentes.

Entre algunos musulmanes, hay una tendencia preocupante de medir las creencias propias en base al rechazo de las de los demás. La riqueza de la diversidad religiosa debe defenderse, ya sea por los maronitas del Líbano, o los coptos en Egipto. Y también se deben cerrar las divisiones entre musulmanes, ya que la separación entre suníes y chiítas ha resultado trágica violencia, particularmente en Irak.

La libertad de religión es fundamental para que los pueblos puedan convivir. Siempre debemos examinar las formas en que la protegemos. Por ejemplo, en Estados Unidos, las normas sobre los donativos benéficos han hecho que sea más difícil que los musulmanes cumplan con su obligación religiosa del "zakat". Es por eso que me he comprometido a trabajar con los musulmanes estadounidenses para asegurar de que puedan cumplir con él.

Asimismo, es importante que países del Occidente eviten impedir que los ciudadanos musulmanes puedan practicar su religión como les parezca, por ejemplo, dictando qué ropa deben usar las mujeres musulmanas. No podemos esconder la hostilidad hacia cualquier religión con el pretexto del liberalismo.

De hecho, la fe nos debe unir. Por eso estamos forjando proyectos de servicio en Estados Unidos que reúnan a cristianos, musulmanes y judíos. Por eso acogemos los esfuerzos como el Diálogo Interreligioso del rey Abdullah de Arabia Saudita y el liderazgo de Turquía en la Alianza de Civilizaciones. Alrededor del mundo, podemos convertir el diálogo en servicio interreligioso, para que los puentes entre los pueblos lleven a actos, ya sea al combatir la malaria en África o proporcionar socorro tras una catástrofe natural.

Los derechos de la mujer

El sexto asunto que deseo abordar son los derechos de la mujer.

Sé que existe debate sobre este tema. Rechazo el punto de vista de algunas personas en Occidente de que la mujer que opta por cubrir su cabello es, en cierta manera, menos igual, pero sí creo que a una mujer a la que se le niega educación se le niega la igualdad. Y no es coincidencia que los países donde las mujeres cuentan con una buena educación tienen bastante más probabilidades de ser prósperos.

Y permítanme ser claro: los problemas relativos a la igualdad de la mujer no solamente ocurren en el Islam. En Turquía, Pakistán, Bangladesh e Indonesia, hemos visto a países de mayoría musulmana elegir a una mujer como líder. A la vez, la lucha por la igualdad de las mujeres continúa en muchos aspectos de la vida estadounidense, y en países de alrededor del mundo.

Nuestras hijas pueden contribuir tanto a la sociedad como nuestros hijos, y nuestra prosperidad común se puede promover si permitimos a toda la humanidad –hombres y mujeres– desarrollar su potencial entero. Yo no creo que las mujeres tengan que tomar las mismas decisiones que los hombres para lograr la igualdad, y respeto a las mujeres que escogen vivir sus vidas de manera tradicional. Pero debe ser por decisión propia. Por eso Estados Unidos se asociará con cualquier país de mayoría musulmana para apoyar una mayor alfabetización de las niñas, y para ayudar a las jóvenes a buscar empleo por medio del microfinanciamiento, que ayuda a la gente a hacer sus sueños realidad.

La globalización

Finalmente, deseo hablar sobre el desarrollo económico y las oportunidades.

Sé que para muchos, la faz de la globalización es contradictoria. Internet y la televisión pueden traer conocimientos e información, pero también sexualidad ofensiva y violencia irracional. El comercio puede traer nueva riqueza y oportunidades, pero también enormes alteraciones y cambios para las comunidades. En todos los países –incluido el mío– este cambio puede producir temor. El temor de que la modernidad significará perder el control de nuestras opciones económicas, nuestra política y, lo más importante, nuestra identidad, lo que más apreciamos de nuestras comunidades, nuestras familias, nuestras tradiciones y nuestra fe.

Pero también sé que el progreso humano no se puede negar. No hay necesidad de que el desarrollo y la tradición se contradigan. Países como Japón y Corea del Sur lograron el crecimiento de su economía y a la vez mantuvieron culturas singulares. Ése también es el caso del asombroso progreso dentro de países de mayoría musulmana desde Kuala Lumpur hasta Dubai. En la antigüedad y en nuestros tiempos, comunidades musulmanas han estado a la vanguardia de la innovación y la educación.

Esto es importante porque ninguna estrategia de desarrollo se puede basar solamente en lo que sale de la tierra, ni se puede sostener mientras los jóvenes están desempleados. Muchos países del golfo han gozado de enorme riqueza como consecuencia del petróleo, y algunos están comenzando a concentrarse en un desarrollo más extenso. Pero todos nosotros debemos reconocer que la educación e innovación serán la moneda del siglo XXI, y en demasiadas comunidades musulmanas se mantiene una inversión inadecuada en estas áreas. Estoy poniendo énfasis en semejantes inversiones dentro de mi país. Y aunque Estados Unidos en el pasado se ha concentrado en el petróleo y el gas en esta región del mundo, ahora buscamos una relación más amplia.

Con respecto a la educación, ampliaremos los programas de intercambio y aumentaremos las becas, como la que llevó a mi padre a Estados Unidos, y a la vez alentaremos a más estadounidenses a estudiar en comunidades musulmanas. Y encontraremos becas en Estados Unidos apropiadas para estudiantes musulmanes prometedores; invertiremos en la enseñanza por Internet para maestros y niños de todo el mundo, y crearemos una nueva red de Internet, de manera que un adolescente en Kansas se pueda comunicar instantáneamente con un adolescente en El Cairo.

Con respecto al desarrollo económico, crearemos un nuevo cuerpo de empresarios voluntarios para contactarlos con colegas en países de mayoría musulmana. Y presidiré una Cumbre sobre Iniciativa Empresarial este año para identificar formas de afianzar vínculos entre líderes empresariales, fundaciones y empresarios sociales en Estados Unidos y las comunidades musulmanas alrededor del mundo.

En cuanto a ciencia y tecnología, crearemos un nuevo fondo para apoyar el desarrollo tecnológico en los países de mayoría musulmana, y para ayudar a transferir ideas al mercado de manera que puedan generar empleos. Abriremos centros de excelencia científica en África, el Oriente Medio y el sudeste asiático, y nombraremos a nuevos delegados de ciencias para que colaboren en programas que desarrollen nuevas fuentes de energía, generen empleos verdes, digitalicen archivos, purifiquen el agua y produzcan nuevos cultivos.

Y hoy estoy anunciando una nueva campaña global con la Organización de la Conferencia Islámica para erradicar la poliomielitis y expandiremos sociedades con comunidades musulmanas a fin de promover la salud infantil y materna.

Todas estas cosas se deben hacer conjuntamente. Los estadounidenses están listos para unirse a ciudadanos y gobiernos; organizaciones comunitarias, líderes religiosos y empresas en comunidades musulmanas alrededor del mundo para ayudar a nuestra gente a lograr una vida mejor.

No será fácil abordar los asuntos que he mencionado. Pero tenemos la responsabilidad de unirnos para beneficio del mundo que queremos hacer realidad: un mundo donde los extremistas ya no amenacen a nuestros pueblos y los soldados estadounidenses puedan regresar a casa; un mundo donde tanto israelíes como palestinos tengan seguridad en un estado propio, y la energía nuclear se use para fines pacíficos; un mundo donde los gobiernos estén al servicio de sus ciudadanos y se respeten los derechos de todos los hijos de Dios. Esos son intereses mutuos. Ése es el mundo que queremos. Pero sólo juntos lo podemos lograr.

Sé que hay muchos, musulmanes y no musulmanes, que cuestionan si podemos lograr este nuevo comienzo. Hay quienes están ansiosos por avivar las llamas de la división e impedir el progreso. Hay quienes sugieren que no vale la pena; alegan que estamos destinados a discrepar y las civilizaciones están condenadas a tener conflictos. El escepticismo embarga a muchos más. Hay tanto temor, tanta desconfianza. Pero si optamos por ser prisioneros del pasado, entonces nunca avanzaremos.

Todos nosotros compartimos este mundo sólo por un breve periodo. El asunto es si vamos a pasar este tiempo centrados en lo que nos separa o si nos comprometeremos a realizar un esfuerzo –un esfuerzo sostenido– con el fin de encontrar terreno común, de concentrarnos en el futuro que queremos para nuestros hijos y de respetar la dignidad de todos los seres humanos.

Es más fácil comenzar guerras que llevarlas a su fin. Es más fácil culpar a otros que mirar hacia adentro, ver las diferencias en los demás que las semejanzas. Pero debemos escoger el camino correcto, no el camino fácil. También hay una regla central en toda religión: Tratar a los demás como uno quisiera ser tratado. Esta verdad trasciende naciones y pueblos, y no es una convicción nueva; no es ni negra ni blanca ni morena; no es cristiana ni musulmana ni judía. Es una creencia que latía en los orígenes de la civilización y que aún late en el corazón de miles de millones. Es la fe en los demás, y es lo que me trajo hoy aquí.

Tenemos el poder de crear el mundo que queremos, pero sólo si tenemos la valentía de crear un nuevo comienzo, teniendo en mente lo que está escrito.

El Sagrado Corán nos dice, “¡Oh, Humanidad! Los hemos creado hombres y mujeres, y los hemos agrupado en naciones y tribus con tal de que se conozcan el uno al otro”.

El Talmud nos dice: “Todo el Tora tiene como propósito promover la paz”.

La Santa Biblia nos dice: “Benditos los que promueven la paz; ellos serán llamados hijos de Dios”.

Los pueblos del mundo pueden vivir juntos y en paz. Sabemos que ésa es la visión de Dios. Ahora, ésa debe ser nuestra labor aquí en la Tierra.

Gracias. Y que la paz de Dios esté con ustedes.

Barack Hussein Obama.
Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.

Emoções do dia-a-dia

Graziela Melo


Verdades

Que

Não foram

Ditas

Abraços
Que

Não foram

Dados

Beijos


Hipotéticos

Apenas

Imaginados

Palavras


Tantas vezes

Repetidas...

Gestos doces
Quase tímidos

Desarmados...

Figuras
Tão sombrias

Lembranças

Tão tardias...

Saudades tantas

Agonia...

Emoções
Do dia-a-dia!



Rio de Janeiro, junho/2002

Serra e Dilma não abrem espaço para ninguém

Nossa Política :: Fernando Abrucio
DEU NA REVISTA ÉPOCA


As últimas pesquisas do Datafolha e da CNT/Sensus apontam para uma polarização na eleição presidencial de 2010. O jogo seria monopolizado pela disputa entre o governador José Serra (PSDB) e a ministra Dilma Rousseff (PT). É claro que a doença de Dilma e a disputa no PSDB ainda podem alterar esse cenário. Só que o mais provável é a manutenção dessas duas candidaturas. Nessa configuração, torna-se cada vez mais difícil o surgimento de uma terceira via capaz de afetar decisivamente o quadro eleitoral, fato com enormes consequências para a competição partidária e para os eleitores.

Antes de discutir os efeitos dessa polarização, é preciso entender suas origens. Ela nasce, primeiramente, da tendência de vitória de Serra e de Dilma em seus respectivos polos. As chances do governador de Minas, Aécio Neves, reduzem-se com o passar do tempo, seja porque cada pesquisa publicada o coloca numa situação igual ou pior que a anterior, seja porque a possibilidade de mudar de partido para concorrer à Presidência vai se tornando remota. Aécio teria de tomar uma decisão nos próximos três meses para alterar esse cenário, mas não há sinais de que isso vai ocorrer.

Entre os governistas haveria duas alternativas a Dilma. A primeira seria um nome do próprio PT, algo descartado se ela estiver bem de saúde. Afinal, seu nome deriva da escolha direta do presidente Lula, e a sobrevivência do PT depende de seu maior líder. A segunda opção governista seria o deputado Ciro Gomes (PSB), um dos poucos políticos brasileiros com recall nacional significativo. O ex-governador cearense, ademais, poderia ser uma alternativa para o PSB consolidar a legenda por todo o país.

Mas o crescimento de Dilma, atrelado ao forte apoio dado pelo presidente Lula, vai reduzir os votos de Ciro – algo que as pesquisas de hoje já mostram como um pequeno aperitivo do que deverá acontecer no futuro. Assim, o lançamento de um candidato pelos socialistas só serviria para reduzir o espaço deles no jogo político, principalmente se a candidata governista vencer. Será que Ciro insistiria em ser candidato num cenário com poucas chances de ganhar e de fortalecer sua agremiação partidária?

Uma terceira via seria importante para obrigar PT e PSDB a ouvir outras vozes e melhorar suas propostas

Contra a polarização restariam ainda o PMDB e os partidos menores, particularmente os mais à esquerda. Em relação ao PMDB, o mais provável é que ele não tenha candidato e se divida no apoio a Serra e Dilma. Também não há nomes alternativos com as características de Cristovam Buarque ou de Garotinho. Sobra a alternativa do P-SOL, com Heloísa Helena. Seu apelo eleitoral tende a ser mais fraco em 2010 que em 2006, pois seu partido e ela própria ainda não conseguiram ir além do discurso moral – e uma segunda pregação pelo purismo não terá o mesmo impacto.

Se esse cenário realmente ocorrer, duas serão as consequências. A primeira é que a polarização será mais forte que na última eleição, provavelmente levando a maioria do eleitorado a ter de escolher mais rapidamente e de forma mais incisiva um dos dois “lados”. Isso pode resultar, inclusive, na definição da eleição no primeiro turno.

A outra consequência é mais importante do ponto de vista da qualidade do debate político. É inegável que PSDB e PT trouxeram ganhos à política brasileira nos últimos anos e ainda são as duas melhores agremiações no cenário atual. Só que a polarização também tem dois efeitos muito negativos: o acirramento figadal das disputas e a redução das alternativas eleitorais. O primeiro ponto tem gerado uma briga contínua e irracional, atrasando o aperfeiçoamento das instituições brasileiras. O bipartidarismo presidencial brasileiro, ademais, diminui as chances de discutirmos as atuais políticas públicas para além das dicotomias geradas por petistas e tucanos.

Uma terceira via efetiva seria importante não apenas para aumentar o leque de escolha dos cidadãos, mas, sobretudo, para obrigar a dupla PT-PSDB a sair da umbilical disputa que a une, obrigando-a a ouvir outras vozes para melhorar suas propostas.

Fernando Abrucio é doutor em Ciência Política pela USP, professor da Fundação Getúlio Vargas (SP) e escreve quinzenalmente em ÉPOCA

Apoio a Lula e terceiro mandato

Fábio Wanderley Reis
DEU NO VALOR ECONÔMICO


De novo, pesquisas mostram proporções singularmente altas de apoio ao governo e a Lula. Quase dois anos atrás, em agosto de 2007, motivado pela persistência desse apoio revelado em pesquisas análogas e pela retomada na imprensa da indagação de como interpretá-lo, dediquei um artigo desta coluna a explorar o assunto. Mas ele volta com os novos eventos e levantamentos, e assume feições também novas.

Um aspecto geral de importância diz respeito aos matizes da articulação entre interesses, de um lado, e, de outro, questões de identidade, de natureza mais difusa e simbólica, no condicionamento das simpatias e da eventual decisão de voto dos eleitores. Alguns desses matizes, evidenciados em pesquisas acadêmicas mais ambiciosas, podem ser resumidas como segue. Os interesses estão sempre presentes, naturalmente, e essa presença se dá de modo a respaldar, em boa medida, o bordão famoso de James Carville na campanha de Bill Clinton sobre o papel da economia. Mas não há como afastar o papel das questões de identidade, ou dos mecanismos que levam à identificação entre eleitores e líderes. Tais mecanismos podem operar de maneira mais tosca ou mais refinada, e os aspectos que determinam a diferença incluem justamente a medida em que a identificação com um líder ou outro (eventualmente com um partido ou outro) se associa com a percepção ou definição mais ou menos informada e sofisticada dos interesses em jogo, em contraste com o automatismo e o caráter emocional das "imagens" e da simpatia ou antipatia que as reveste. O que não impede que escolhas supostamente determinadas por interesses "racionais" acabem por cristalizar-se em identificações ou rechaços com forte carga emocional.

Lula é com certeza um caso de especial interesse a respeito. Tendo surgido como liderança "instrumental" de uma categoria sindical, sua afirmação como líder político obviamente contou com o apelo a uma imagem popular difusa de grande força potencial na desigualdade brasileira, a do operário imigrante que ascende e chega a pretender a Presidência da República. As bondades dos programas sociais (como quer que se queira qualificá-las, "dádivas" populistas e "compra de votos" ou inédita e bem-vinda redistribuição) trazem um claro componente de "interesse" ao apoio a Lula pelo eleitorado popular. Talvez o resultado mais notável seja algo que surgiu com nitidez - e tardiamente, diante dos séculos de desigualdade - na eleição de 2006: a "questão social" posta no foco da disputa eleitoral pela Presidência, com a forte correlação, particularmente clara no segundo turno, entre a posição socioeconômica dos eleitores e seu apoio a um ou outro candidato, bem como as projeções geográficas ou regionais daquela correlação. Não admira que a polarização sociopolítica que aí emerge (e que se reafirma depois na intensidade do continuado duelo PT-antiPT particularmente em São Paulo) se tenha feito acompanhar, como Maria Inês Nassif apontava no Valor de 4 junho, do "discurso errado", negativista e "udenista" adotado pelo principal partido de oposição a Lula nos enfrentamentos dos últimos tempos, o PSDB.

Mas é claro que temos agora algo que vai além da questão social e da polarização em torno dela. Por azeda que seja a disposição de boa parcela dos antilulistas, há certa impropriedade em falar de "polarização" se a aprovação a Lula oscila em torno ou acima do nível dos 80%. As razões de preocupação que se podem pretender ver aí parecem girar em torno da questão de até que ponto essa aprovação ampla significaria apoio e identificação de intensidade tal que pudesse talvez servir de suporte a cesarismos e aventuras autoritárias. Mas cabem duas ponderações: em primeiro lugar, a de que as pesquisas não deixaram de mostrar redução na aprovação quando a crise ameaçou nos atingir mais profundamente; em segundo lugar, a de que a condição em que o país se encontra é, de fato, inegavelmente excepcional, com boas notícias em diversas frentes, destaque internacional e expectativas positivas não obstante o ambiente externo economicamente favorável ter sido substituído pela crise mundial avassaladora.

De todo modo, a discussão em torno da introdução legal da possibilidade de nova reeleição para Lula é a face imediata que a preocupação tem assumido. À parte o que possa haver de fácil ou difícil, politicamente, quanto à aprovação a tempo da mudança constitucional necessária (e quem sabe também na revisão judicial da decisão), tem-se indagado sobre a sinceridade de Lula quando declara não desejá-la. Não me parece que o que há de bom para o país nos ineditismos até aqui envolvidos na experiência de Lula na Presidência justifique ver com olhos ingênuos seus motivos pessoais - mesmo se deixamos de lado coisas como, por exemplo, os traços decepcionantes da figura de Lula como líder revelados durante a crise do mensalão. Creio, porém, que basta atribuir a ele a capacidade de um cálculo político menos imediatista para que a recusa da nova reeleição com o casuísmo da mudança legal se mostre convincente: afinal, nas condições atuais, parecem muito boas as chances de se manterem até o fim do segundo mandato os níveis singulares de aprovação, que passariam a combinar-se com a exibição do perfil inquestionável de democrata - e com as duas coisas compondo um novo ineditismo de significação especial e um candidato formidável ao eventual retorno à Presidência mais adiante.

Claro, o imediatismo pode prevalecer na perspectiva de um PT afeito ao governo e sem um candidato alternativo de chances mais claras, o que se aplicaria a Dilma Rousseff mesmo com boa saúde e a especial plataforma de lançamento. Para o próprio Lula, contudo, a melhor aposta parece ser outra. Que acontece ser também institucionalmente a melhor para o país.

Fábio Wanderley Reis é cientista político e professor emérito da Universidade Federal de Minas Gerais. Escreve às segundas-feiras

Beco sem saída

Wilson Figueiredo
DEU NO JORNAL DO BRASIL

Por onde quer que passe, bafejado pelas pesquisas que o acompanham com fidelidade canina, o presidente Lula da Silva aproveita, como diria o Chacrinha, para se comunicar. Mas dispensa, intransitivamente, objeto seja direto ou indireto. Na Guatemala a segunda natureza presidencial prevaleceu ao se proclamar, aos jornalistas que cobriram a viagem , “muito feliz” com a lembrança de que os brasileiros favoráveis ao seu terceiro mandato já estão quase empatando com os que não concordam com a fórmula suspeita de levar a democracia ao que em bom Português se denomina beco sem saída. A palavra final se reservaria ao plebiscito, que não é flor da democracia.

O presidente rumina a questão do mandato que as pesquisas lhe oferecem de mão beijada, mas desconfia que a liberdade não sobreviveria sem alternância política. Pena que não tire proveito político das suas três derrotas (duas das quais Fernando Henrique lhe ficou devendo e uma para Fernando Collor), como investimento histórico, sem retorno imediato na próxima sucessão, ainda com jeito de que pode ser desviada das urnas.

Antes de chegar à metade, o segundo mandato de Lula já se mostrava incapaz de encher os olhos dos cidadãos com grandes projetos e, por tabela, as contas bancárias dos empreiteiros, sem contabilizar as sobras que abastecem por fora, cada vez mais, a atividade política. O efeito social ofusca a visão objetiva do eleitor e favorece a Lula a oportunidade de desembarcar do terceiro mandato, sem fechar a porta ao assunto. A massa de manobra sindical e a disponibilidade política estudantil estão de prontidão para socorrê-lo em caso de necessidade. Mas, como ele mesmo ressalva, só é candidato a ex-presidente. Por ora, nada mais. Se o terceiro fosse encaixado numa visão folgada de democracia, poderia reconsiderar. Não sendo legal, não lhe interessa. Se vier a ser, pensará de outro ponto de vista.

Lula sempre volta inspirado das viagens ao exterior. Os jornalistas que o seguem também o perseguem com as mesmas perguntas. É que o terceiro mandato está para Lula como o Terceiro Estado esteve para seu teórico, o abade Sieyès, que garantiu, na Revolução Francesa em 1789, um lugar no céu para a burguesia. Lula não é dado a teorias, voa baixo, de olho na terra, sem precisar de mapas. Desta vez devolveu a bola redondinha aos repórteres quando sustentou, em tom política e aparentemente correto, que a imprensa “fortalece a democracia quando se contenta em informar os fatos; não criá-los”. Era só o que faltava. Quando ela se faz “porta-voz de um pensamento político”, arrematou, “a liberdade de imprensa está arranhada”. Quem se considera arranhado é sempre o governo. O que está oculto e parece novo é o mais antigo preconceito contra a liberdade de imprensa numa questão inseparável da democracia. Trata-se de censura. Explicita-se a tentação compensatória de interditar ao jornalismo posições políticas. Deve ter ocorrido a Lula (entre outras) a perda do sentido da frase que burlou a vigilância presidencial adormecida sob os louros do sucesso, e se explicitou por descuido ou... falta de censura.

Arranhada sairá, isto sim, a liberdade de imprensa se a área de informação dos jornais não puder separar – tanto quanto possível _ o que é notícia e o que é opinião ao servir, com clareza, uma e outra aos leitores. De que maneira a opinião dos jornais violaria a liberdade de imprensa? Que fosse mais claro o presidente. Quando começa por ai, a censura não demora a tirar a máscara, e qualquer opinião emitida pelos cidadãos, ainda que oralmente, arranhará governantes e representantes. São comprovadamente inseparáveis a liberdade de imprensa e a democracia, que não se limitam ao papel impresso e à retórica. Fazer reparo à liberdade de informar e opinar sempre reforça a suspeita de acobertar intenções trogloditas.

O presidente Lula fica devendo o raciocínio completo em torno da nova dieta para negar à imprensa o direito de ter, externar e assumir pensamento político aplicado à realidade. O jornalismo não lida apenas com teorias, mas com fatos e homens que se apresentam, em nome de idéias, com propostas que dizem respeito não apenas à política. Está demorando a chegar o dia em que Lula perceberá que nenhuma outra atividade humana substitui a imprensa na função de esclarecer a mente humana como um painel eletrônico capaz de mantê-lo civicamente alerta.

As cicatrizes que a crise vai deixar

Luiz Carlos Mendonça de Barros
DEU NO VALOR ECONÔMICO


A economia mundial continua a mostrar claros sinais de que os momentos mais dramáticos da crise que vivemos ficaram para trás. Os sinais de estabilização da atividade econômica nos países mais afetados pelo ajuste do consumidor americano afastam definitivamente os perigos de um buraco negro. A estabilização das condições financeiras, a recuperação da produção industrial global após um período de cortes excessivos de estoques e a redução do ritmo de destruição de emprego nos EUA são peças importantes neste quebra cabeça. Com isto, a atenção dos mercados deve se voltar progressivamente para a dinâmica de prazo mais longo da economia mundial. Minhas reflexões de hoje estão voltadas para algumas questões que precisam ser acompanhadas, com cuidado, a partir de agora.

A economia mundial vai sair desta crise com cicatrizes importantes. Algumas delas serão superficiais, de fácil recuperação. Outras serão mais profundas e devem permear o tecido econômico de vários países por vários anos. Entre as primeiras podemos citar a nacionalização de bancos e empresas industriais em vários países do primeiro mundo. Apesar do choque cultural criado pela entrada do Estado na seara exclusiva do capital privado, a venda de seu controle a investidores privados deve ocorrer com a normalização do crescimento econômico.

Certamente não haverá escassez de recursos para este movimento com a volta gradual da confiança aos mercados de capitais.

Mas outras cicatrizes vão permanecer por um tempo mais longo e vão exigir um grande esforço por parte dos governos de vários países - principalmente o dos EUA - para serem curadas. Cito algumas que me parecem as mais relevantes. A primeira está relacionada à condução da política monetária nas economias centrais. Após duas décadas de sintonia fina, a crise do ano passado exigiu mudanças radicais nos mecanismos de gestão monetária, com a introdução emergencial do chamado "afrouxamento quantitativo" e a inclusão, pela primeira vez na história, de risco de crédito privado no balanço do Fed.

As preocupações se voltam para a estratégia de reversão destas medidas de emergência a partir do momento em que a recuperação da economia se torne segura. Apesar do elevado nível de ociosidade no setor produtivo e no mercado de trabalho, há preocupações a respeito dos possíveis impactos inflacionários do excesso de liquidez atual. Apesar das incertezas envolvidas, preocupo-me moderadamente com esta questão. Isto porque o Fed dispõe de mecanismos eficientes para lidar com este problema e se diz, desde já, preparado para agir com rapidez. Não me parece sensato duvidar deste compromisso.

Minha preocupação mais séria, esta sim uma cicatriz profunda e complexa, é com o crescente endividamento do governo americano, que pode dobrar e atingir mais de 80% do PIB nos próximos dez anos. Tal dinâmica sombria decorre da perspectiva de crescimento econômico abaixo do potencial por um longo período. Este cenário certamente comprometeria a qualidade do crédito dos títulos do Tesouro, limitando severamente a autonomia fiscal do governo. Parece-me uma tarefa muito difícil reduzir o endividamento público, no momento em que gastos maiores com os programas sociais prometidos pelo governo Obama e pesadas despesas militares pressionam o orçamento. O debate sobre a solvência do governo é inédito para o país emissor da moeda reserva global, que agora se vê questionado pelo que seria um abuso deste privilégio.

Nas últimas semanas tem ficado evidente a preocupação do mercado, que começa a ver riscos de que o governo dos EUA em algum momento se veja compelido a monetizar sua dívida, o que resultaria em inflação e instabilidade global de grandes proporções. A compra de títulos do Tesouro pelo Fed, para implementar sua política de afrouxamento quantitativo, é mais um ingrediente neste caldo de cultura. Não creio que a temida monetização ocorrerá, mas a dúvida do mercado tem sido um dos vetores por trás da elevação das taxas de juros longas nos EUA, o que pode prejudicar a recuperação - ainda muito frágil - da economia. O problema é sério o suficiente a ponto do presidente do Fed ter feito na semana passada um discurso duro, rechaçando qualquer temor de frouxidão monetária e alertando o establishment político americano que ações firmes para equilibrar o orçamento no longo prazo precisam ser implementadas sem demora.

Isso me leva à cicatriz final, que está relacionada em parte à dinâmica do financiamento da dívida americana, e que traz em si um misto de ameaça e oportunidade para os países emergentes: a forma com que o mundo superará o padrão de desequilíbrios em conta corrente que caracterizou os últimos anos é que vai definir os vencedores de longo prazo desta crise. Além das questões complexas a respeito da nova configuração do sistema monetário internacional, que não cabe detalhar neste artigo, uma direção já parece clara: a importância dos países emergentes será cada vez maior, no que tenho chamado de "descolamento incremental".

A crise permitiu ao analista aprofundar esta questão. Baixada a poeira do stress financeiro, fica ainda mais claro o dinamismo intrínseco de grande parte das economias em desenvolvimento. É possível separar as economias emergentes que dependiam pouco dos mercados de consumo no mundo desenvolvido daquelas que tinham parcela importante de seu crescimento ligado a esta dinâmica. No primeiro caso os melhores exemplos são a Índia e o Brasil. Já a China e a maioria dos países do Sudeste Asiático representam bem o segundo grupo. Mas estes países, mesmo sem a alavanca do consumidor americano, ainda vão crescer bem acima das economias do G-7.

Esta diferença expressiva de taxas de crescimento deve provocar um progressivo realinhamento das expectativas dos investidores, aumentando, ao longo do tempo, a percepção de descolamento.

Por fim, a consolidação progressiva da China como polo autônomo de dinamismo será o grande resultado desta crise. A inexorável reconfiguração chinesa em direção a vetores domésticos de crescimento é chave para o cenário de longo prazo. E o Brasil encontra-se em posição privilegiada para participar deste processo.

Luiz Carlos Mendonça de Barros, engenheiro e economista, é diretor-estrategista da Quest Investimentos. Foi presidente do BNDES e ministro das Comunicações. Escreve mensalmente às segundas-feiras.

Pequena euforia, triste Brasil

Luiz Carlos Bresser-Pereira
DEU NA FOLHA DE S. PAULO

Preso aos princípios neoliberais de liberalização financeira, o governo assiste inerte à volta da sobreapreciação cambial

NOS TRÊS últimos meses, os mercados de ações dos países emergentes estão experimentando uma forte alta. Isso é sinal de que a crise já está acabando? Ou então é uma pequena bolha -é mais uma manifestação do caráter perverso do sistema financeiro mundial? Ou ainda é consequência do reconhecimento do fato que a crise atingiu menos os países em desenvolvimento do que os países ricos?

Embora não seja possível dar uma resposta segura sobre o problema, o mais provável é que seja uma combinação dos dois últimos fatores. De um lado, a alta nas Bolsas reflete o espírito especulativo dos mercados financeiros internacionais, que retomaram o fluxo de capitais em busca de melhores rendimentos reais e ganhos com a valorização cambial; de outro, é o reconhecimento de que esta crise está sendo menos grave nos países emergentes, que, assim, tornam-se duplamente atrativos para a especulação.

Os proprietários de ações no Brasil sentem-se, naturalmente, aliviados, mas não devem se enganar: nada garante que as ações continuarão a se valorizar ou mesmo que mantenham o nível que já alcançaram. Em outras crises prolongadas -e esta o será-, o mercado de ações experimentou diversos momentos de recuperação logo seguidos de queda. Na longa recessão japonesa, houve ao menos cinco vezes em que o mercado acionário esquentou para em seguida os preços voltarem a cair.

No caso brasileiro, em que os preços são tão dependentes das compras de investidores estrangeiros, a instabilidade do mercado acionário é sempre muito grande. A fortíssima reação dos bancos centrais dos países ricos liderada pelo banco central americano derramou bilhões e bilhões de dólares nas suas economias.

Com isso, muito corretamente, os bancos centrais, lembrando-se do erro cometido pelo Fed em 1929, buscaram enfrentar a crise de liquidez provocada pelo pânico de outubro de 2008.

Em sua fase de euforia, as crises financeiras sempre se caracterizam pelo aumento absurdo do crédito. A partir, porém, do seu estouro, a decorrente perda da confiança leva o crédito a desaparecer, não restando alternativa aos BCs senão aumentar a oferta de moeda e baixar a taxa de juros para, assim, enfrentar o estrangulamento do crédito.

Não há garantia, entretanto, de que o dinheiro novo que passa para as mãos dos bancos e, mais amplamente, do mercado financeiro seja repassado para as empresas e os consumidores. Em vez disso, eles podem muito bem usar os novos recursos baratos para obter juros elevados nos países emergentes. Se, além disso, esse influxo de recursos externos especulativos provocar a valorização da moeda local, melhor ainda, porque agora o especulador ganha também -e muito- com essa valorização.

É essencialmente isso o que está ocorrendo no Brasil com o mercado de ações. Estamos vivendo uma pequena bolha especulativa na qual os juros reais elevados e a valorização perversa do real somam-se de maneira perfeita. Os rentistas, naturalmente, estão felizes, mas isso acontece para infelicidade do Brasil. Preso aos princípios neoliberais de liberalização financeira, incapaz de dar uma prova de autonomia nacional, nosso governo assiste inerte à volta da sobreapreciação cambial. A grande oportunidade que esta crise global ofereceu ao Brasil ao lhe permitir, sem nenhum risco, voltar ao desenvolvimento econômico sustentado baixando a taxa de juros e adotando medidas para controlar o câmbio está sendo pateticamente perdida.

Luiz Carlos Bresser-Pereira , 74, professor emérito da Fundação Getulio Vargas, ex-ministro da Fazenda (governo Sarney), da Administração e Reforma do Estado (primeiro governo FHC) e da Ciência e Tecnologia (segundo governo FHC), é autor de "Macroeconomia da Estagnação: Crítica da Ortodoxia Convencional no Brasil pós-1994"