Vivimos un período de incertidumbre aguda, en que se acumulan interrogantes sin respuesta cierta: ¿se fortalecerá o declinará definitivamente el kirchnerismo?, ¿él se radicalizará abrazándose a su ala izquierda o se moderará para acercar a peronistas disidentes, empresarios y otros actores hasta aquí disconformes?, ¿los problemas del peronismo federal ayudarán a Macri o le enajenarán los recursos organizativos que necesita?, y así podríamos seguir.
En este clima de incertidumbre los observadores y analistas se desesperan por descubrir tendencias en cualquier acontecimiento que les parezca significativo. Incluso Carlos Pagni, siempre agudo y bien informado, parece haber caído víctima de esta ilusión en su última columna en La Nación: ante la noticia de que Reutemann abandonaba el Peronismo Federal, que hiló con las cavilaciones de Solá, la supuesta “vuelta en u” de Scioli en dirección a buscar su reelección y una también supuesta caída en desgracia de Urtubey, pronosticó un debilitamiento general de la oposición por efecto de la “ausencia del enemigo”. Atendiendo a la enorme variación que pueden experimentar en los próximos días los dos datos básicos de la situación actual, el acierto o el error en la toma de decisiones por parte de la presidente, y la perdurabilidad o agotamiento de la simpatía hacia ella de parte de la voluble opinión pública, ¿no sería mejor ser más prudentes en la evaluación de las acciones del resto de los actores? Ciertamente el Peronismo Federal está en problemas, pero los movimientos en su interior así como en los márgenes del kirchnerismo, ¿no pueden terminar abonando una salida poskirchnerista, la reconciliación de la familia peronista para “dejar atrás” la etapa dominada por la figura de Néstor Kirchner? Opción que podría ganar adeptos muy rápidamente para 2011 si Cristina falla. O que puede prosperar en un plazo no mucho más largo incluso si ella acierta y logra la reelección el año que viene. Reeditándose entonces la situación de 1995: recordemos que a fines de ese año, apenas Menem iniciaba su segundo mandato, Duhalde y Cavallo se lanzaron a la carrera por sucederlo, poniendo en crisis su coalición de apoyo; para los peronistas que tienen en la mira la sucesión del liderazgo en el PJ y el sillón presidencial no habría mayor motivo para esperar más tiempo en 2011, ni para ser más conciliadores con una presidente ya sin perspectivas de futuro.
Pero además, las evidencias respecto a la propensión de la presidente a “errar” empiezan ya a acumularse peligrosamente. Primero fue su actitud reactiva durante las exequias, no sólo hacia la oposición sino incluso hacia anteriores colaboradores que con poco esfuerzo podía reincorporar. Luego, su pretensión de ser la dueña del “destino de todos los argentinos” y la insistencia en “animalizar” a los críticos de su política económica, llamando teros y chimpancés a los que advierten sobre las ya indisimulables falencias en el manejo de los fondos públicos, el gasto y por tanto la inflación (faltó que hablara de “aluvión zoológico” para dejar del todo en evidencia lo mucho que involucionó la actual conducción del peronismo respecto de su propia historia, y lo mucho que han madurado en el ínterin los no peronistas respecto de sus propios antecesores). A continuación subió a Ricardo Jaime al estrado de un acto público y mandó a sus ministros a abrazarse con Moyano, a quien definieron como “columna vertebral del gobierno”, barrabasada que Néstor nunca hubiera permitido. Por último y lo más grave, a la distancia y sin mucha prudencia, mandó a sus legisladores a interrumpir toda negociación por el presupuesto, sometiendo a su gobierno a un serio desgaste, y permitiendo que las fuerzas de oposición, superando las tensiones cada vez más agudas que enfrentan sus respectivas bancadas, obtuvieran un resonante triunfo en la Cámara Baja.
El episodio del presupuesto revela una importante continuidad en la política argentina, un dato que probablemente no cambiará mientras el kirchnerismo esté en el poder: el principal activo de las fuerzas de oposición son los errores del gobierno, errores en los que incurre a veces por rigidez, y más comúnmente por una absurda pretensión de mostrarse rígido. El oficialismo podía aceptar algunos de los cambios que se le reclamaban en diputados y luego revertirlos en el Senado, o incluso vetarlos. Podía dilatar las cosas para que la incapacidad de la oposición para consensuar un proyecto alternativo quedara más en evidencia. Podía incluso ofrecer otros intercambios que no afectarían mayormente su control del gasto, por ejemplo, acotar como quiere la oposición el porcentaje de recursos que el Ejecutivo pude reasignar. Optó en cambio por el camino de “matar o morir”, creyendo que tenía buenas chances para “matar” o que en caso de “morir” podría victimizarse. Sin embargo le ha regalado a la oposición una doble oportunidad: la de mostrarse inesperadamente unificada, y la de llevar la discusión, de nuevo en comisión, a los detalles más escabrosos del controvertido proyecto. Y, como si esto fuera poco, le da un invalorable argumento para presionar por lo que ya muchos habían descartado, que se prorroguen las sesiones hasta fin de año.
En suma, es cierto que Cristina tiene las cartas en sus manos y si las juega bien podría obtener ventajas indescontables; pero también es cierto que el juego es complejo y exige de los jugadores un mix de audacia y prudencia que no se le dan de suyo.
*Publicado en El Economista
En este clima de incertidumbre los observadores y analistas se desesperan por descubrir tendencias en cualquier acontecimiento que les parezca significativo. Incluso Carlos Pagni, siempre agudo y bien informado, parece haber caído víctima de esta ilusión en su última columna en La Nación: ante la noticia de que Reutemann abandonaba el Peronismo Federal, que hiló con las cavilaciones de Solá, la supuesta “vuelta en u” de Scioli en dirección a buscar su reelección y una también supuesta caída en desgracia de Urtubey, pronosticó un debilitamiento general de la oposición por efecto de la “ausencia del enemigo”. Atendiendo a la enorme variación que pueden experimentar en los próximos días los dos datos básicos de la situación actual, el acierto o el error en la toma de decisiones por parte de la presidente, y la perdurabilidad o agotamiento de la simpatía hacia ella de parte de la voluble opinión pública, ¿no sería mejor ser más prudentes en la evaluación de las acciones del resto de los actores? Ciertamente el Peronismo Federal está en problemas, pero los movimientos en su interior así como en los márgenes del kirchnerismo, ¿no pueden terminar abonando una salida poskirchnerista, la reconciliación de la familia peronista para “dejar atrás” la etapa dominada por la figura de Néstor Kirchner? Opción que podría ganar adeptos muy rápidamente para 2011 si Cristina falla. O que puede prosperar en un plazo no mucho más largo incluso si ella acierta y logra la reelección el año que viene. Reeditándose entonces la situación de 1995: recordemos que a fines de ese año, apenas Menem iniciaba su segundo mandato, Duhalde y Cavallo se lanzaron a la carrera por sucederlo, poniendo en crisis su coalición de apoyo; para los peronistas que tienen en la mira la sucesión del liderazgo en el PJ y el sillón presidencial no habría mayor motivo para esperar más tiempo en 2011, ni para ser más conciliadores con una presidente ya sin perspectivas de futuro.
Pero además, las evidencias respecto a la propensión de la presidente a “errar” empiezan ya a acumularse peligrosamente. Primero fue su actitud reactiva durante las exequias, no sólo hacia la oposición sino incluso hacia anteriores colaboradores que con poco esfuerzo podía reincorporar. Luego, su pretensión de ser la dueña del “destino de todos los argentinos” y la insistencia en “animalizar” a los críticos de su política económica, llamando teros y chimpancés a los que advierten sobre las ya indisimulables falencias en el manejo de los fondos públicos, el gasto y por tanto la inflación (faltó que hablara de “aluvión zoológico” para dejar del todo en evidencia lo mucho que involucionó la actual conducción del peronismo respecto de su propia historia, y lo mucho que han madurado en el ínterin los no peronistas respecto de sus propios antecesores). A continuación subió a Ricardo Jaime al estrado de un acto público y mandó a sus ministros a abrazarse con Moyano, a quien definieron como “columna vertebral del gobierno”, barrabasada que Néstor nunca hubiera permitido. Por último y lo más grave, a la distancia y sin mucha prudencia, mandó a sus legisladores a interrumpir toda negociación por el presupuesto, sometiendo a su gobierno a un serio desgaste, y permitiendo que las fuerzas de oposición, superando las tensiones cada vez más agudas que enfrentan sus respectivas bancadas, obtuvieran un resonante triunfo en la Cámara Baja.
El episodio del presupuesto revela una importante continuidad en la política argentina, un dato que probablemente no cambiará mientras el kirchnerismo esté en el poder: el principal activo de las fuerzas de oposición son los errores del gobierno, errores en los que incurre a veces por rigidez, y más comúnmente por una absurda pretensión de mostrarse rígido. El oficialismo podía aceptar algunos de los cambios que se le reclamaban en diputados y luego revertirlos en el Senado, o incluso vetarlos. Podía dilatar las cosas para que la incapacidad de la oposición para consensuar un proyecto alternativo quedara más en evidencia. Podía incluso ofrecer otros intercambios que no afectarían mayormente su control del gasto, por ejemplo, acotar como quiere la oposición el porcentaje de recursos que el Ejecutivo pude reasignar. Optó en cambio por el camino de “matar o morir”, creyendo que tenía buenas chances para “matar” o que en caso de “morir” podría victimizarse. Sin embargo le ha regalado a la oposición una doble oportunidad: la de mostrarse inesperadamente unificada, y la de llevar la discusión, de nuevo en comisión, a los detalles más escabrosos del controvertido proyecto. Y, como si esto fuera poco, le da un invalorable argumento para presionar por lo que ya muchos habían descartado, que se prorroguen las sesiones hasta fin de año.
En suma, es cierto que Cristina tiene las cartas en sus manos y si las juega bien podría obtener ventajas indescontables; pero también es cierto que el juego es complejo y exige de los jugadores un mix de audacia y prudencia que no se le dan de suyo.
*Publicado en El Economista
Nenhum comentário:
Postar um comentário