Pero no
es necesario remitirnos al régimen nazista para conocer los estragos de la
mentira descarada en la vida democrática de las naciones. En la política
contemporánea tenemos innumerables ejemplos esparcidos por el planeta. Quizás
el caso más representativo de la mentira en la vida política actual, sea el de
Donald Trump, quien tiene el increíble record de haber dicho más de 25.000
mentiras durante sus 4 años en la presidencia de Estados Unidos. Hasta el final
de su mandato - en que mintió descaradamente sobre la existencia de un fraude
en las elecciones que le dieron el triunfo a su adversario demócrata-, el ex
presidente Trump mintió prácticamente en todas las materias sobre las que se
pronunció o en las que fue consultado. Mintió sobre el sistema de salud, sobre
los inmigrantes, sobre la economía, sobre el medioambiente, sobre el origen y
la gravedad del Covid-19 y sobre un largo etcétera. Entre mentiras grandes y
pequeñas, mentiras groseras y mentiras “piadosas”, su arsenal de falsedades es
tan grande que sería un despropósito enumerarlos con detalle en esta breve columna.
Sin embargo, vale la pena recordar algunas de sus mentiras más emblemáticas: A pesar de existir pruebas fotográficas en su contra, dijo desconocer a una mujer que lo acusó de violación. En el caso de la conspiración y espionaje realizada junto con el presidente de Ucrania, Viktor Yanukovich, mintió y pudo finalmente ser absuelto de un impeachment gracias a la “lealtad” de sus correligionarios republicanos en el Congreso. En la última acusación con relación a haber convocado una invasión al Capitolio, Trump desconoce su propia proclama a las huestes de seguidores, la que fue asistida por millones de televidentes en su país y en el resto del mundo. Trump hizo de la mentira su forma de gobernar y continúa mintiendo a pesar de que ya no ocupa el cargo de presidente. No es esperable de él ningún gesto que reivindique –aunque sea por una vez- el honor a la verdad.
Su
principal admirador y acólito en el continente sudamericano es sin duda Jair
Bolsonaro. El ex capitán ha mentido descaradamente desde que asumió la
presidencia hace más de 2 años. Formado en la escuela de Goebbels y Trump,
Bolsonaro insiste en afirmar – después de la irrefutable evidencia en su contra
– que el Coronavirus es un resfriadinho que se encuentra en franco declive. Negándose
a escuchar las recomendaciones de los médicos, epidemiólogos, infectologistas y
la comunidad científica en general, el presidente desestimula el uso de
máscaras, del aislamiento social y la efectividad de la vacuna para proteger a
la población ante un posible contagio.
Las
mentiras de Bolsonaro son tan groseras que a veces cuesta imaginar el nivel de
desparpajo con que son expuestas. Después de arengar en plaza pública a sus
huestes con el discurso de que es urgente cerrar el Congreso y el Supremo
Tribunal Federal para realizar los cambios que Brasil requiere, el ex capitán
aparece al otro día afirmando –sin ninguna muestra de pudor- que él más que
nadie respeta las instituciones democráticas de la república. Después, en una
reunión de su gabinete, amenazó con destituir al Superintendente de la Policía
Federal porque dicha institución hostigaba a sus hijos y amigos. Así lo hizo,
pero después negó que ese fue el motivo principal, a pesar de que su alocución
en ese encuentro ministerial fue grabada y expuesta posteriormente para todo el
país.
Con la
campaña de vacunación no ha sido diferente. Primero difundió falsedades sobre
los efectos que tendría la inoculación sobre la población, llegando a decir que
quien toma la vacuna al otro día surge transformado en jacaré (sic). Debido a
una política criminosamente negligente y omisa, Brasil se encuentra actualmente
con falta de vacunas y ha debido suspender el proceso de vacunación en muchos
estados de la Federación. Con más de 224 mil fallecidos y de 10 millones de
infectados, el ejecutivo insiste en decir que la pandemia está siendo
controlada. El ministro da Salud, prometió que llegarían 230 millones de
vacunas hasta fines de julio, pero gobernadores y alcaldes no le creen. Lo que
es peor, simulan creerle para que la ciudadanía se quede tranquila, aunque
entre bambalinas afirman que los datos entregados por el general Pazuello no
son fidedignos ni dignos de crédito.
Al igual
que Trump y otros líderes políticos, Bolsonaro sigue en rigor el precepto de
que, mintiendo en repetidas oportunidades, sus palabras se transformarán en
verdad y de esta manera viene actuando hace más de 30 años en la escena pública
brasileña. Parece que en la política no hay espacio para la verdad,
especialmente en los regímenes totalitarios o con claras inclinaciones
autoritarias, como es el caso de Brasil. La falsa ideología como forma de
aprender la realidad se va diseminando en las mentes de los ciudadanos a partir
de una batería de mecanismos de penetración que hoy están disponibles,
especialmente las redes sociales virtuales. Quizás como nunca suena pertinente
la advertencia realizada hace algunos años por Hannah Arendt respecto de que la
verdad y la política nunca se llevaron demasiado bien y que nadie puede poner
la veracidad entre las virtudes de la política.
En
principio, el enunciado de la filósofa alemana es muy pesimista, pero a juzgar
por la manera en que es tratada y maltratada la verdad en el campo de la
política, su sentencia constituye algo enteramente pertinente. La mentira
ostensible hecha en forma reiterada posee una eficacia enorme y ya está
suficientemente comprobado que el falsear la realidad y manipular los hechos ha
sido un recurso poderoso de la política desde que ella existe. Sin embargo,
quizás como nunca hasta ahora la mentira se despliega con tanta convicción y
falta de pudor entre quienes desean convencer a la población sobre la modalidad
en que los “fenómenos” ocurren. Y, además como nunca existieron tantas
herramientas para engañar a los ciudadanos y a los electores sobre la
existencia de una realidad paralela. La verdad termina siendo tan subjetiva que
ella es vaciada de todo contenido y vínculo con aquello que efectivamente está
sucediendo, dejando el terreno para controversias interminables sobre lo que
puede o no ser real. Esto lo saben muy bien los profetas de la ficción delirante
y los demagogos que, como Bolsonaro, han hecho de la mentira una forma de
gobernar y de hacer política.
*Doctor en Ciencias Sociales. Editor del Blog Socialismo y Democracia
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