La contundente aprobación de la reforma
tributaria en la Cámara de diputados dejó a las fuerzas bolsonaristas más
debilitadas, inclusive divididas entre las diversas fracciones que aparecieron
a partir de esa misma derrota. Quizás este sea un momento singular para pensar
en el comienzo del declinio de la extrema derecha brasileña. En rigor, la
necesidad de esta reforma tributaria estaba siendo discutida desde hace mucho
tiempo, prácticamente junto con la promulgación de la Constitución de 1988, es
decir, hace 35 años.
Sin entrar en el detalle del complejo
articulado de esta reforma, la mayoría de los especialistas apuntan al hecho de
que el sistema de tributación se tornará menos engorroso para todos los
contribuyentes luego de la integración de los múltiples impuestos que existen
en la actualidad, a nivel Federal, Estadual y Municipal.
Se estima que ello permitirá un repunte de
la economía nacional a mediano plazo, según las previsiones de los economistas.
La reforma también incluye -en una segunda etapa- un aumento de la tasación de
las grandes fortunas y las herencias, con lo cual el Estado espera recaudar más
recursos que podría destinar a las políticas sociales que son indispensables
para incluir a vastos sectores de la población y también para mejorar la
situación laboral y salarial de los trabajadores y trabajadoras.
En un intento desesperado por rechazar la
reforma, Bolsonaro y sus seguidores trataron de asociar su puesta en discusión
con una perspectiva ideológica de izquierda y petista, ignorando al conjunto de
actores políticos, sociales y empresariales que abogaban por su aprobación. Bolsonaro
y la mayoría de sus correligionarios del Partido Liberal optaron por hacer una
oposición al proyecto de reforma motivados casi exclusivamente por su
animadversión al gobierno, restándose del debate político y técnico de la
propuesta a ser votada.
Perdieron desastrosamente y ahora tienen
que reponerse de la derrota a través de la negociación política, algo
impensable hace algunos pocos meses atrás cuando confiaban en la mera
descalificación del adversario (o enemigo) para imponer su agenda ultra liberal
en lo económico, autoritaria en lo político y conservadora en el ámbito
cultural y comportamental.