Esta fue la primera elección en diez años en que ningún Kirchner fue candidato, ni siquiera protagonista. Los esfuerzos por reactivar la memoria del ex presidente fallecido justo tres años atrás, algunos bastante destemplados y en clave de “el aguante de la hinchada” como el plagio a Obama que se difundió con la participación de algunos artistas haciendo las veces de barras bravas, no hicieron mella en la opinión. Por su parte Cristina, como se sabe, se vio obligada a desaparecer de la campaña. Y lo peor fue que sus problemas de salud no alcanzaron para sensibilizar mayormente a la opinión, ni su ausencia para que se lucieran otras figuras de su entorno, que se dedicaron más bien a hacerse zancadillas y contradecirse entre sí.
Esta circunstancia refuerza el hecho de que, aunque de la elección no se han seguido grandes cambios institucionales o reequilibrios en la representación popular, las opciones respaldadas por los votantes sí cambiaron radicalmente, y con ellas también lo hizo el escenario. Ya no se discute que estamos en un fin de ciclo, y que en la transición que se abre seguirán ganando protagonismo actores más o menos distantes de los Kirchner, Massa, Sciioli, los demás gobernadores peronistas, Macri, Cobos y Binner.
Así, cuando llegue el momento de que Cristina vuelva a escena, y descubra que ya no tiene la centralidad de que disfrutó durante años, y que en algún momento muchos pensaron duraría por siempre, habrá que ver cómo reacciona. Chances de acomodarse y sacar cierto provecho de la situación existen, porque varios de esos protagonistas de la transición dependen en gran medida de ella. Pero puede que una vez más su principal obstáculo para aprovechar las oportunidades que tiene disponibles sea ella misma, y tratando de conseguir lo que está fuera de su alcance termine quedándose sin nada. Reincidir en este hábito sería en este caso particularmente grave porque la transición será compleja y la economía no ayudará. Y porque en gran medida dependerá de cómo gobierne estos últimos dos años el recuerdo que quede de ella en el futuro.
¿Podrá cooperar con algunos de estos actores que se están fortaleciendo a su costa? ¿O dejará que ellos cooperen entre sí para formar una nueva mayoría que la excluya? Los demás actores también tienen muchos problemas que resolver en ambos terrenos, y el principal es que sus ambiciones los llevan a competir entre ellos con tanta o más intensidad que con la presidente.
Scioli, como siempre, depende de que quienes han sabido construir y conservar poder propio encuentren utilidad en compartirlo con él y catapultarlo hacia arriba en su carrera. Así le pasó con Menem, con Duhalde y con Néstor Kirchner. ¿Le sucederá de nuevo con Cristina o, si no es con ella, al menos con los demás gobernadores? Él espera que aunque fue Massa quien ganó los votos, en la disputa estratégica el triunfo sea todavía suyo: porque al borrar del mapa la re-reelección y desmentir la imbatibilidad del kirchnerismo, el tigrense habría corrido con todos los riesgos y el esfuerzo, ganándose encima la animosidad de muchos peronistas, para conseguir en verdad que todos salvo él se convenzan que lo mejor sea que Scioli sea el candidato de la unidad. Aun perdiendo, nunca estuvo tan cerca del gobernador la presea de esa candidatura. Ahora simplemente necesita que los kirchneristas remanentes y los peronistas del resto del país se den cuenta de lo que les conviene, y hagan un nuevo esfuerzo en su provecho peregrinando a La Plata.
Massa, claro, ve las cosas de modo muy distinto. Y tiene a su favor los 12 puntos de diferencia que le sacó al sciolismo y el Kirchnerismo juntos, que no van a ser nada fáciles de olvidar. Como el Menem de 1988-89, concibe la sucesión del liderazgo como un proceso que irá de la sociedad al estado y del movimiento al partido. Sabe que estos dos años que faltan para 2015, a diferencia de los diez que pasaron de dominio k, será preferible estar lejos del manejo de las cuentas públicas, porque habrá menos dinero que demandas de gasto. Así que no se preocupa demasiado por la opinión de los gobernadores ni de los funcionarios del Ejecutivo. Él está acostumbrado,además, a diferencia de Scioli, a correr riesgos y construir su propio espacio y apoyos, así que tampoco estima deba hacer nada sustancialmente diferente a lo que ha venido haciendo hasta aquí para nacionalizar su base de apoyo.
Macri es un poco como Scioli, pero en negativo. Depende de otros, pero no tanto para que le construyan alrededor una coalición sino para que desarmen las de sus contrincantes. Sus chances están atadas a la intensidad que alcance la disputa en el peronismo y el consecuente descalabro de las administraciones a su cargo. Si ambos son agudos, la posibilidad de que Massa y Scioli se neutralicen y haya migración de dirigentes y votos a una alternativa más alejada del core peronista crecerá. Pero lo cierto es que las chances de que ambos sean tan inconscientes como para infligirse semejante daño son bastante bajas, así que Macri depende de que Cristina lo haga por ellos. De modo que el jefe porteño puede quedar atrapado por la perspectiva de hacer en las presidenciales de 2015 el papel que le tocó a De Narváez en las legislativas bonaerenses que acaban de concluir: terminar siendo funcional a Scioli, o a Cristina, a puro costo, para él y para su partido.
Porque lo cierto es que el PRO debería haberse nacionalizado bastante tiempo atrás. Ahora que el peronismo se abre como un abanico sus chances de lograrlo disminuyen. Aunque no desaparecen: dependen tal vez de que colabore con alguna porción de ese abanico. EL problema es que una vía para hacerlo podría implicar el sacrificio de su candidatura presidencial, para privilegiar las de candidatos locales y provinciales, que podrían asegurarle una efectiva instalación nacional a futuro al PRO. ¿Eso podría convencer a Macri de aliarse orgánicamente con Scioli o Massa? ¿Estaría dispuesto a sacrificar sus sueños personales para favorecer los de sus seguidores? ¿Cuánto le interesa realmente dejar como legado un partido de centro derecha más o menos consolidado a nivel nacional, más o menos moderno y con el tiempo más competitivo, aunque no lo sea ahora y en su personal beneficio?
Dilemas parecidos han enfrentado otros fundadores de nuevas fuerzas políticas en el pasado, y su experiencia puede ser aleccionadora porque la mayoría de ellas no sobrevivió a las coyunturas provechosas de que disfrutaron. Macri podría tal vez identificarse con Chacho Álvarez a este respecto: desde la centroizquierda, a fines de los noventa, éste debió decidir entre opciones parecidas a las que se le presentan hoy al jefe de gobierno porteño, optar por sacar el máximo provecho de su momentánea suerte electoral o por la construcción partidaria. Sabemos cómo eligió Álvarez y cómo terminó su historia. Lo inmediatamente más tentador no suele ser lo que más conviene a largo plazo. El problema es que del largo plazo, como dice el dicho, es probable que uno ni se entere.
Los dilemas de Macri se completan con la presencia del frente entre la UCR y el socialismo. Que ha hecho muy buenas elecciones en el interior y le puede disputar con éxito el voto no peronista, así como Scioli y Massa le pelearán el más o menos peronista. En cuanto a Cobos y Binner padecen también la tensión entre perspectivas y sueños personales y roles partidarios. Pero por suerte para ellos les será más fácil lidiar con ella, por la fortaleza relativa de sus partidos. La elección que acaba de pasar dejó en claro que la UCR, igual que el socialismo, sobrevivirá a la feroz cooptación que sobre ella practicaron los Kirchner. Lo que no está claro es si esto alcanza para que crezcan como alternativa y si les conviene nacionalizar o provincializar sus apuestas ¿Serán capaces Binner y Cobos de colaborar, tal vez sacrificando sus sueños presidenciales, para que sus partidos fortalezcan la alianza que han sellado y se potencien a niveles locales y provinciales? De cómo respondan a esta pregunta tal vez dependa la velocidad con que el sistema de partidos argentinos se recomponga de su actual zozobra.
La competencia electoral renace y la democracia argentina puede respirar aliviada: ni el pluralismo ni la alternancia en el poder están ya amenazados, como se podía temer tras lo sucedido en 2011. El desafío que queda planteado es si puede también recomponerse institucionalmente, si sus partidos pueden funcionar un poco mejor que en estos diez años, y si los líderes de la transición serán capaces de advertir todo lo que está en juego, el valor que su aporte puede tener para la calidad de la democracia argentina en las próximas décadas, o sólo se ocuparán de sus ansias electorales inmediatas.
Fonte: Centro de Investigaciones Políticas (AG)
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