El fascismo aún está en nuestro alrededor, a veces en trajes civiles.
Umberto Eco
El documental Extremistas.br ganó
recientemente el premio Václav Havel como la mejor película en defensa de los
derechos humanos que otorga el One World Film Festival de la República Checa.
El premio recibido por esta obra documental ha recolocado en el tapete de la
discusión un tema que sigue intrigando a investigadores, académicos, políticos,
periodistas e interesados en general, que se interrogan y analizan el resurgimiento
de la extrema derecha en Brasil y, claro, en el resto del mundo.
Esta serie compuesta por ocho episodios muestra como el extremismo de derecha fue tomando cuenta de una parcela significativa de la población brasileña y las causas que llevaron a miles de ciudadanos a adherir y difundir los discursos totalitarios de ideólogos radicales inspirados en el ideario nazifascista: ataques a la democracia, autoritarismo y despotismo; nacionalismo exacerbado y exaltación del odio y la violencia en nombre de una supuesta superioridad nacional, culto a las tradiciones perdidas y construcción de mitos sobre la grandeza del pasado; animadversión hacia los extranjeros, desprecio por las minorías y combate vehemente a la diversidad, desconfianza por la cultura, el arte y la inteligencia; adoración por las armas y culto a la muerte; machismo y menosprecio hacia las mujeres, entre otras características.
Muchos de estos aspectos tienen su origen en
la ideología nazifascista surgida desde hace un siglo en Italia y Alemania,
aunque ellos se han ido renovando y cambiando a través de los años formándose
algo que Robert Paxton atribuye a la propia dinámica socio histórica del
proyecto fascista, cristalizándose quizás en aquello que Umberto Eco ha llamado
de ur-fascismo o fascismo eterno. Dicha doctrina es integrada por una
constelación de elementos de este mismo tenor y que se encuentran presentes en
los movimientos con esta orientación en las sociedades contemporáneas.
En la serie documental conocemos la opinión
de especialistas y estudiosos, así como la de un sinfín de militantes de la
extrema derecha que participaron en las actividades que propiciaban un golpe de
Estado para impedir que el candidato electo Lula da Silva pudiera asumir o
mantenerse como Presidente de la República. Pero antes de ello, la serie va
mostrando la diseminación del odio y los discursos antidemocráticos de
numerosos sectores de la población que son alimentados por las fake news
producidas por milicias digitales, personas e instituciones que se dedican a
difundir ataques a personalidades del mundo de la política, el arte y la
cultura.
Un capítulo completo del ciclo está dedicado
a las arremetidas realizadas por influenciadores radicales en contra los
miembros del Poder Judicial, en especial, a los ministros del Supremo Tribunal
Federal (STF). En esa parte de la serie se puede conocer precisamente la labor
de un mercenario digital que recibe un salario mensual para investigar la vida
de diversas personalidades influyentes con el objetivo de difundir falsas
noticias sobre ellas y también para inventar hechos completamente inverosímiles,
pero que son incorporados por los cibernautas como perfectas verdades.
Hay decenas de casos de historias y relatos
burdos desperdigados en el ciberespacio, pero sería agotador citar algunas de
las numerosas mentiras que vienen siendo concebidas durante los últimos años.
Estos grupos de milicianos digitales funcionan en total anonimato y se inspiran
–probablemente sin saberlo- en el conocido teorema del sociólogo estadounidense
William Thomas que decía: “Si los individuos definen las situaciones como
reales, éstas son reales en sus consecuencias”.
Después de asistir las diversas secciones de
Extremistas.br queda muy claro para el espectador que la emergencia de la
extrema derecha y del “bolsonarismo” no representan un mero capricho histórico
o un accidente del curso de la historia. Ellos no nacieron por casualidad y sus
bases se encuentran ancladas en el devenir de la sociedad brasileña. En este
proceso de extrema derechización de la sociedad cumplen un papel central las
iglesias pentecostales y sus pastores, los cuales viene insuflando los sentimientos
y los comportamientos contra el progreso y la modernidad de forma vehemente.
Fanatismo religioso, sumado a la ignorancia y
falsas narrativas se funden en una sopa reaccionaria que asume sin matices la
lucha del bien contra el mal. El mal son los izquierdistas, los comunistas, los
homosexuales, los drogadictos que quieren acabar con la libertad de los
ciudadanos de bien que deben protegerse ante esta amenaza permanente. En el
documental se ven escenas de pastores distribuyendo armas entre los fieles,
enseñándoles a disparar para enfrentar a enemigos ocultos que estarían
agazapados esperando el momento propicio para dar el zarpazo final.
Estos comportamientos de personas comunes que
viven bajo la influencia de pastores inescrupulosos son estimulados por el
clima de miedo en que viven los ciudadanos en el mundo actual. Para el crítico
literario británico Terry Eagleton, el fundamentalismo no tiene sus raíces en
el odio, sino en el miedo. Es el miedo de un mundo moderno y cambiante, en que
todo está en movimiento, donde la realidad es transitoria y con final
indefinido, en que las certezas y los pilares más sólidos parecen haber
desaparecido.
Es lo que en otras palabras el sociólogo
polaco Zygmunt Bauman denominaría como “modernidad líquida”. En esta modernidad
líquida los individuos se sienten aislados, fragilizados, carentes de los
referenciales que le daban peso o solidez a las estructuras en las que
estábamos inmersos. Los individuos se ven sucumbiendo ante un contexto de
transformaciones aceleradas que no son capaces de procesar. Los valores de la
sociedad industrial se desvanecen y el pánico a la inseguridad se apodera de
las personas, por eso ellas buscan refugio en las iglesias, en las sectas o en
cualquier entidad que les provea algún tipo de sustento o piso ante tanta
incertidumbre.
En dicho escenario la extrema derecha se
nutre competentemente de los temores, las ansiedades y el malestar de los
ciudadanos, transformando estas sensaciones, en la mayoría de los casos, en
sentimientos de indignación y revuelta reaccionaria. Los problemas concretos de
la gente, por una mejor calidad de vida, por mayor estabilidad laboral y
seguridad ciudadana, por mejores equipamientos y servicios sociales y un largo
etcétera, la extrema derecha los convierte en una convicción antisistema,
contra la política y los políticos, contra los tribunales de justicia y el
parlamento, haciendo que finalmente los sujetos direccionen su rabia contra las
instituciones democráticas y hacia enemigos invisibles como el comunismo, el
globalismo o las fuerzas satánicas.
La extrema derecha dice entender los
problemas y los miedos de la población y acude para aplacar este sufrimiento
psíquico, entregando a cambio falsas soluciones e impregnando de resentimiento
y virulencia la frustración de las personas. Si a ello le agregamos las bases
conservadoras de una cultura esclavista construida en torno al machismo, la
exclusión y el desprecio por los más débiles, tenemos los ingredientes
necesarios para que el caldo neofascista prospere, convirtiendo a una parte de
esta sociedad en una masa de maniobra que nutre las expresiones más radicales
del pensamiento retrógrado.
En ese contexto, surge en Brasil la figura de
Jair Bolsonaro, un ex capitán expulsado del Ejercito y prohibido de ingresar a
los cuarteles e instalaciones militares, diputado mediocre e inexpresivo del
bajo clero y personaje bizarro que apoyaba dictadores y torturadores. En 2016
mientras se votaba en el Congreso Nacional el impeachment de la Presidenta
Dilma Rousseff, el diputado Bolsonaro le dedicó su voto al Coronel Carlos
Brilhante Ustra, reconocido torturador y asesino de muchos presos políticos
durante la dictadura militar (1964-1985). Lejos de salir preso del hemiciclo
del Congreso por su apología a la tortura, Bolsonaro se transformó en el vocero
de la extrema derecha y el Coronel Ustra en un héroe para los grupos más
radicales que pedían ardorosamente intervención militar.
Sin embargo, los orígenes de estas
expresiones de los ultraderechistas ya pueden observarse en las manifestaciones
que irrumpieron en junio de 2013, durante la realización de la Copa de las
Confederaciones. En esa ocasión, frente a un conjunto innumerable de demandas
de diversos segmentos sociales, surgieron las primeras señales de que se estaba
incubando un movimiento de derecha radical, con grupos enarbolando banderas con
los símbolos nazistas y pancartas llamando a la sedición. Tales grupos -con
células fascistas ya organizadas- exigían la acción de los militares en la
perpetración de un Golpe de Estado que acabase con el Congreso Nacional, los
partidos políticos, el Supremo Tribunal Federal y, consecuentemente,
arremetiese contra los enemigos de la patria.
Estos sectores comenzaron a vestir la
camiseta verde-amarilla de la selección y autoproclamarse como “patriotas” en
lucha contra la corrupción, la decadencia moral, los políticos y el comunismo
instalado en el país. En el documental se muestran imágenes de cursos de tiro
para “ciudadanos de bien” que desean defenderse de las hordas de bárbaros y
marginales que amenazan sus vidas pacatas y cristianas. Disparan a blancos que
simulan ser personas que es preciso eliminar para proteger a Dios, la patria,
la familia y la propiedad.
Quienes verdaderamente lucraron con esta
política de armamento de la población que estimuló el gobierno Bolsonaro,
fueron los fabricantes y comerciantes de armas y también las academias de tiro.
En efecto, durante el gobierno del ex capitán, entre 2019 y 2022, más de un
millón de armas fueron registradas después que el ejecutivo liberó el porte y
uso de armas de fuego. Según los datos recogidos por el Instituto Sou da Paz
por medio de la Ley de Acceso a la Información, en total, casi un millón y
medio de nuevos armamentos entraron en circulación en ese periodo de cuatro
años.
Solamente en 2022, más de 550 mil armas
fueron registradas, siendo que 432 mil correspondían a los Clubes de Colecionadores,
Atiradores Desportivos y Caçadores (CAC), que proliferaron de manera descomunal
durante esa gestión. El resto de las armas fueron registradas por individuos
comunes para la defensa personal, principalmente miembros de las clases más
acaudaladas que adhirieron a este discurso de rencor y peligro inminente
diseminado por la extrema derecha.
Como certeramente nos advierte Robert O.
Paxton en su libro La anatomía del fascismo, no existe un régimen fascista
ideológicamente puro, aunque –nos recuerda el autor- la mayoría de los
estudiosos notaron que esos regímenes se basaban en algún tipo de pacto o
alianza entre el partido fascista y las poderosas fuerzas conservadoras. Es decir,
los regímenes fascistas no se explican solamente por la incitación estatal,
sino que existirían fuerzas en la propia sociedad que impulsan su desarrollo.
Tampoco existiría un fascismo definido, estático, sino más bien un fenómeno
fascista en permanente movimiento.
Por lo mismo, nos encontramos frente a una
multiplicidad de fascismos, cada cual expresando la dinámica histórica y el
contexto en el cual emerge. El fascismo en Brasil tiene antecedentes en
organizaciones de raigambre y vena autoritaria surgidas en la década de treinta
y amalgamadas en torno al movimiento de la Acción Integralista Brasileña
liderada por Plinio Salgado, que se anunciaba como un movimiento dictatorial,
conservador y cristiano.
Por su parte, el gobierno de Getulio Vargas
también reúne una cantidad significativa de características que lo podrían
acercar ciertamente del recetario fascista. Como bosquejábamos en líneas
anteriores, la actual expresión del fascismo a la brasileña se llama
bolsonarismo y ella resulta de una síntesis de múltiples experiencias y miradas
sobre el país, que incluye desde los militares nostálgicos de la dictadura
militar, pasando por los monarquistas que no pierden la esperanza de recuperar
el trono o por grupos pentecostales de la teología de la prosperidad, o de
milicianos que controlan extensos territorios en las principales capitales o
por productores de madera y ganado que desean seguir depredando los biomas sin
ningún tipo de control estatal o de empresarios conservadores que tienen pavor
de perder sus lucros y sus privilegios en una sociedad que se encaminaba
crecientemente hacia políticas más inclusivas, justas y democratizantes.
En síntesis, tenemos como corolario que
matriz esclavista, dictaduras militares, bolsonarismo y neofascismo forman
parte de un mismo eje que atraviesa la historia brasileña y que resurge
permanentemente para recordarle a sus habitantes y a sus instituciones que los
soportes democráticos de este país son demasiado inestables y endebles.
A dichas conclusiones se puede llegar cuando
se asiste el documental Extremistas.br, una inmersión necesaria para pensar los
destinos de esta Nación atrapada por su historia y por una extrema derecha
cavernaria que ha cooptado o anulado a otros sectores de la derecha tradicional
y de las elites del poder, para impulsar y consolidar su proyecto de violencia,
prejuicio y autoritarismo sobre la nación brasileña.
1 Como no recordar a dos icónicos e
innobles personajes de esta postura anti intelectual. El primero, Joseph
Goebbels quien declaraba que “cuando escucho la palabra cultura, saco mi
revolver” o al General José Millán-Astray que en la Universidad de Salamanca
enfrentaba a Miguel de Unamuno con una sentencia brutal: “Viva la muerte, muera
la inteligencia”.
2 En la película polaca “Red de Odio”
(2020), el director y guionista Jan Komasa nos presenta la vida de un joven que
comienza a tener éxito explotando el odio hacia personalidades públicas en
campañas de fake news que se expanden velozmente y se hacen virales en las
redes sociales, acabando con la credibilidad y la imagen de los enemigos
políticos de sus contratantes.
3 Bolsonarismo es un concepto acuñado por
algunos analistas políticos que ven en la figura del ex capitán aquellos
elementos que constituyen un nuevo ciclo de la extrema derecha brasileña. Si
esa expresión se podrá mantener a partir de la articulación internacional de
esta ultraderecha con otras fuerzas neofascistas dispersas por el mundo es un
asunto que es difícil determinar, aun cuando nos atrevemos a afirmar que la
tendencia pueda ser que sobreviva un bolsonarismo sin el protagonismo de
Bolsonaro.
4Su acercamiento al catolicismo
aproximaba este integralismo brasileño más a la experiencia fascista española
de Francisco Franco que a los regímenes totalitarios de la Italia de Mussolini
o la Alemania de Hitler.
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