segunda-feira, 13 de abril de 2020

Fernando de la Cuadra* - Brasil y el retorno del Estado hobbesiano

Hace casi 370 años que el filósofo inglés Thomas Hobbes publicaba su obra prima titulada Leviatán, en la cual plantea que los hombres no tienen ningún placer en compartir o estar en compañía con otros hombres. Por lo mismo, la tendencia natural o de un “estado de naturaleza” de la humanidad es que, de no existir cualquier poder capaz de mantener a la gente unida, la conducta habitual de las personas sería la de evitar en lo posible la convivencia social.

El presupuesto teórico extraído de la obra prima de Hobbes es que las personas viven en un miedo invariable de ser usurpadas o agredidas por otras personas debido a que, si somos todos hijos de Dios y, consiguientemente, iguales en imagen y semejanza al Padre Divino, no deberían existir en la tierra las desigualdades que se observan en ese estado de naturaleza. Por lo tanto, nada más esperable que los desposeídos intenten apropiarse de aquello que injustamente no poseen y que pertenece a otros hombres que -según el designio bíblico- detentan el privilegio de tener alguna o muchas propiedades. Dicho estado de naturaleza, es en definitiva la antesala de una lucha encarnizada entre propietarios y despojados sobre las que se funda una sociedad expuesta al inevitable peligro de una guerra inminente. Es lo que se conoce como la famosa sentencia de que “El hombre es el lobo del hombre”.

Para Hobbes, existiría entre los seres humanos tres motivos que conducen a la permanente discordia entre unos y otros, a saber: la competición, la desconfianza y la gloria. Ese espíritu de declarada “guerra de todos contra todos” que existe en aquel estado de naturaleza solo fue posible de ser neutralizado o anulado a través de una fuerza superior capaz de controlar las desavenencias existentes en el seno de las comunidades. Los individuos entonces están dispuestos a abdicar o renunciar a su soberanía en pro de una entidad que les permita contener aquellos deseos y pulsiones más íntimas que los incitan “naturalmente” a imaginar un escenario de conflictos de unos contra los otros.

Dicho órgano, que tiene el poder de evitar las injurias entre las personas y, por lo tanto, de garantizar que la sociedad pueda desarrollarse en paz y seguridad, es el Estado, aquello que Hobbes asemejaba a un abominable ser bíblico, al monstruo Leviatán. Para él, no basta el fundamento jurídico para mantener la paz, es necesario de un ente dotado de armas para forzar a los hombres a respetarse mutuamente. Es un aparato que surge como pre-requisito para la existencia de la propia sociedad, es decir, la sociedad nace a partir del surgimiento de esta modalidad de Estado.

Posteriormente, el precepto del Estado hobbesiano ha sido utilizado para justificar la existencia de regímenes autoritarios, suponiendo que es la fórmula válida y necesaria de ejercer el poder para mantener a los hombres trabajando en una paz regulada. Las dictaduras cívico-militares utilizaron este argumento junto a otro de origen organicista (extirpar el tumor cancerígeno que destruye el cuerpo social) para imponer sus sistemas de despotismo y represión.

La crisis global provocada por el nuevo Coronavirus ha aumentado sin duda los niveles de miedo y pavor de gran parte de la humanidad. En ese cuadro, una posible salida ha sido la emergencia de actitudes fascistas entre la población, como la de denunciar e impedir el retorno de profesionales médicos a sus casas, villas o condominios por el miedo de que puedan transmitir el virus a sus vecinos. Es una verdadera “caza de brujas” que se ha iniciado en diversos lugares del planeta. Es el gen autoritario e intolerante que llevamos dentro que ha aflorado como un peligroso virus para contaminar la convivencia entre las personas. En algunos países con gobiernos autoritarios estos cánones de odio y ausencia de empatía se han expandido con enorme facilidad entre los habitantes como un fenómeno de política pública.

El modelo fascista que ha venido impulsando Bolsonaro a la nación brasileña ha significado intensificar este patrón de comportamiento que se expresa en más odio, más violencia, más discriminación y más prejuicio. Su recurrente conducta de despreciar las indicaciones de la Organización Mundial de la Salud y de los especialistas en epidemias, viene dividiendo cada vez más a la sociedad brasileña, entre aquellos fanáticos que promueven el retorno a las calles y a la actividad laboral como si todo estuviera normal y aquellos que continúan respetando las recomendaciones de mantenerse en aislamiento en sus residencias, evitando hasta donde sea posible los contactos interpersonales.

Por el contrario, el capitán de reserva se ha dedicado a pasear por las arterias de la capital, alentando a que la población haga lo mismo y creando un abismo insuperable entre sus seguidores y el resto de los ciudadanos que desean mantener el confinamiento y el distanciamiento social. Bolsonaro acrecienta con su conducta irresponsable y beligerante, las fracturas de un país que ha tenido que soportar una crisis sistémica durante los últimos años. Pero no solo eso, él también comanda un camino sin regreso hacia la diseminación del Covid19 por todo ese enorme territorio con consecuencias trágicas en términos de vidas perdidas y de personas infectadas. Como ya han alertado algunos analistas, todo lleva a suponer que el presidente quiere emprender una cruzada hacia un suicidio colectivo, tal como lo hiciera en el año 1978 el reverendo Jim Jones en Guyana.

Fanatismo religioso y autoritarismo en el marco de una sociedad tutelada se configuran como claves explicativas para intentar comprender la adhesión que aun concita Bolsonaro en casi un tercio del electorado brasileño. Todo ello en el contexto del papel cada vez más protagónico que han asumido los militares dentro de la actual administración, quienes tienen más injerencia en este gobierno de aquella que poseían durante el periodo de la dictadura cívico-militar inaugurada en 1964. En efecto, hasta ahora las fuerzas armadas están al acecho y representan una constante amenaza al quiebre institucional si la situación del país conduce a lo que ellas definan como caótica y/o ingobernable. Es decir, si la sociedad se encuentra dividida en un clivaje que resulta abismal, y si se produce un escenario de confrontación intestina, nada mejor que una intervención militar para socorrerla y “recolocarla” sobre sus ejes.

Tal parece que Brasil y una parte de sus ciudadanos todavía no ha tomado plena conciencia sobre los riesgos que representa la inauguración de un ciclo en que los militares asuman el control de la nación. El escenario de miedo e intranquilidad que se ha difundido entre los habitantes bien puede desencadenar un golpe de Estado que imponga definitivamente una tiranía en el país. Ello sin duda constituye un peligroso precedente a ser seguido por otros países de la región, los cuales por medio de un “efecto demostración” vislumbren en un tipo de régimen hobbesiano la salida para superar la situación de crisis y temor que peligrosamente se ha venido apoderando de las personas y las instituciones.

*Doctor en Ciencias Sociales. Editor del Blog Socialismo y Democracia.

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