Fortaleciendo esta mirada sobre el futuro –no exclusivamente de Brasil- el presidente electo ha sido invitado a participar en la próxima Conferencia de las Partes (COP27) que se acaba de inaugurar en Egipto. La importancia de la presencia de Lula viene a confirmar las enormes expectativas que existen con relación al nuevo gobierno, no sólo por la negligencia y la cometido criminal con que fue tratado el problema medioambiental durante el gobierno saliente, sino también por la agenda innovadora que está siendo elaborada por las futuras autoridades como parte de las acciones de mitigación y de combate al calentamiento global, incluida la cuestión de la transición energética y la adopción de la “energía verde” como parte de una estrategia de gran relevancia para el equipo que asumirá el Ministerio de Medio Ambiente.
El futuro presidente también ha señalado entre sus compromisos de campaña llegar a una desforestación cero, completar la demarcación de las tierras indígenas y reprimir las actividades extractivistas, dando la prioridad debida a la materia del cambio climático global. En efecto, la problemática ambiental se encuentra entre las cuestiones centrales que serán abordadas por el nuevo gobierno, que deberá enfrentar con urgencia la tragedia de la devastación de la región Amazónica. Solo para tener una idea comparativa, entre los años de 2004 y 2012, durante las presidencias de Lula da Silva y Dilma Rousseff, el corte en la floresta amazónica disminuyó en un 80 por ciento. Ya en los 3 primeros años del gobierno Bolsonaro el talaje indiscriminado de los bosques en ese territorio alcanzó un 73 por ciento.
Pasado y futuro del bolsonarismo
En ese sentido, Bolsonaro se transformó con
inusitada velocidad en una figura del pasado. Ahora parece sentenciado a cerrar
su administración y apoyar el proceso de transición hacia el nuevo gobierno,
como mandata la Constitución Federal. De hecho, los principales partidos del
llamado centrao ya señalizaron con inusitada presteza que están dispuestos a
apoyar al próximo gobierno Lula en todas las materias que sean de “interés”
nacional.
Sin embargo, pese a todas las barbaridades
cometidas en su gobierno, Bolsonaro continúa manteniendo un enorme respaldo
entre el electorado brasileño, lo cual lo hace poseedor de un capital político
indesmentible. En rigor fue derrotado Bolsonaro, pero todavía hay que derrotar
al Bolsonarismo. No deja de ser intrigante saber que 58 millones de brasileños
votaron por un mandatario que tuvo el peor desempeño desde la
redemocratización. No solo su administración deja un legado de casi 700 mil
muertes a causa de la pésima gestión de la pandemia del Covid19, como también
su mandato será reconocido como aquel que provocó la mayor destrucción de los ecosistemas
y biomas de la historia brasileña.
Tal como hemos resaltado en una columna
anterior (Hambre y miseria azotan a Brasil en un año electoral), la
administración vigente también consiguió recolocar a Brasil en el “Mapa del
hambre”, calculándose que en la actualidad más de 33 millones de personas no
consiguen obtener una cantidad de nutrientes suficientes para llevar una vida
digna. Ello es tanto o más escandaloso si pensamos que Brasil es la tercera
potencia mundial en producción de alimentos.
Desempleo, congelamiento salarial, inflación,
carestía, incremento de la violencia, destrucción de las políticas sociales son
algunos de los componentes de un gobierno infame que ha tornado más difícil la
vida de los brasileños. Todo ello, sin mencionar los arrestos autoritarios y
las amenazas a las instituciones democráticas que ha sido una práctica casi
cotidiana desde que Bolsonaro asumió la primera magistratura.
Entonces, tenemos que, por una parte,
Bolsonaro y su gobierno ya representan una figura del pasado y ahora todas las
miradas se concentran en lo que realizará el nuevo gobierno. Pero, por otra
parte, también es posible predecir que el Bolsonarismo puede transformarse en
una fuerza política, social y parlamentaria significativa en el futuro,
considerando que muchos de sus acólitos incondicionales fueron recientemente
electos en las dos Cámaras del Congreso.
Que hace de Bolsonaro, todavía una figura con
importante adhesión entre los brasileños, cuando él es un personaje que debería
quedar olvidado para siempre como el presidente de un gobierno desastroso para
la vida de la enorme mayoría de los habitantes. Si en la actual coyuntura ya se
habla del futuro ex presidente, cerrando anticipadamente su ciclo
gubernamental, lo cierto es su legado puede sobrevivir si no es combatido con
decisión y perseverancia. Lamentablemente, existen bases suficientes para
sustentar la sobrevivencia del bolsonarismo.
A una parcela conservadora de la población
brasileña que abraza los principios de “Dios, Patria y Familia”, se suman los
fanáticos pentecostales que han sido intoxicados con los discursos delirantes
de centenas de pastores que han apoyado con discursos alucinados y mentirosos
al ex capitán. Se sabe que en gran medida este apoyo se debe a las exenciones tributarias
y fiscales que han recibido las iglesias evangélicas en este periodo.
Bolsonaro fue capaz de galvanizar el
conservadurismo contra cualquier tipo de cambio y también fue capaz de dar
visibilidad en escala nacional a una cultura country que se encontraba constreñida
al espacio rural, a una estética del agro que fue consolidando una identidad que
parecía superada con el proceso de modernización experimentado por la sociedad
brasileña desde la redemocratización.
Despreciada por la elite cultural sintonizada
con la cultura global y cosmopolita, esta identidad mezcla de sertaneja y country
fue inundando el espacio urbano con su culto al héroe individual y aguerrido
que triunfa únicamente gracias a su esfuerzo personal, no importando las
conquistas en el plano de la política ni percibiendo el impacto de las
políticas públicas en la vida cotidiana de los ciudadanos. “Soy solo aquello
que mi esfuerzo personal es capaz de lograr”. Por lo mismo, no existe una
visión holística de las barreras y obstáculos estructurales que se interponen
en la vida de las personas y en esa lectura la rabia de la frustración que
llega casi inevitablemente en el decurso de la existencia de cada uno, se
vuelca contra las minorías beneficiadas por las políticas de los
“izquierdistas”, que destinan mayores recursos para los pobres, los negros, los
indígenas, las minorías LGBTI+, los presidiarios, etc.
De esta manera, el ex capitán dio voz y
expresión a los inconformados con la vida, les proporcionó una identidad vehiculada
y difundida a través de las redes, alimentada además por visiones mágicas y trastornadas
de un pentecostalismo desvariado que lo transformó a Bolsonaro en un enviado
divino, el Mesías iluminado destinado a redimir las almas pecadoras y el mal de
la humanidad. Esta nueva gramática identitaria consiguió neutralizar las
críticas a la peor labor gubernamental de las últimas décadas, permitiéndole a
Bolsonaro gozar de una resiliencia ante todos los desastres sanitarios,
económicos, laborales, sociales, culturales y ambientales producidos por su
desgobierno.
Desmontar esta configuración identitaria que subvierte las tendencias integradoras y progresistas de la sociedad, se pone como uno de los grandes desafíos de la política democrática del futuro, no solo para el gobierno que se iniciará el próximo año, sino para el conjunto de las fuerzas democráticas del país. Recapitulando, en lo que respecta a su gobierno Bolsonaro es pasado, pero el bolsonarismo puede continuar siendo una referencia para millones de habitantes del país. Por eso es fundamental asumir la tarea de su desmantelamiento y superación.
Desafíos para desanudar los nuevos tiempos
Reconociendo este fenómeno, el proyecto de reconstrucción
emprendido por Lula y los referentes que lo sustentan va a tener que acomodarse
con aquello que el pensador florentino Maquiavelo ya intuía a comienzos del
siglo XVI, esto es, analizar las circunstancias del campo político dentro y
fuera del Congreso y del Poder Judicial, para a partir de allí generar las
condiciones para ir construyendo un proyecto de consolidación del marco
democrático y simultáneamente ir desterrando los resabios del ideario de la
extrema derecha que se ha instalado en Brasil. En otras palabras, para desbolzonarizar
el futuro de este país es imprescindible contar con un gran pacto político y
social que desmonte las armadillas dejadas por cuatro años de ataques
sistemáticos a las instituciones democráticas, a las políticas públicas y al propio
quehacer político como actividad fundamental para organizar la nación.
La coalición triunfante ya ha dado sus
primeros pasos en la búsqueda de los consensos mínimos para poder gobernar a
partir de 2023. Es de suma urgencia obtener los recursos presupuestarios para
llevar adelante algunas de las promesas de campaña más significativas:
Reinstalar el Programa Bolsa Familia con el correspondiente bono para las
madres que tienen hijos hasta 6 años, aumentar el salario mínimo, retomar el
programa de la Farmacia Popular y de la merienda escolar. Pero junto con estos
objetivos de corto plazo, es imprescindible elaborar y ejecutar un conjunto de
acciones de largo plazo tendientes a desmantelar el proyecto de la extrema
derecha, reconquistando el espacio del saludable debate democrático en un
ambiente de pluralismo, libre expresión y respeto a los adversarios.
En tal sentido, el triunfo de Lula resuelve el
impasse democrático que vive la sociedad brasileña, con una apuesta orientada a
recomponer la correlación de fuerzas democráticas y constituir una mayoría
parlamentaria que permita generar condiciones para implementar los ejes
principales del gobierno. Por lo mismo, no será un gobierno con una agenda de
izquierda, sino más bien de una coalición que busque fortalecer un programa
socialdemócrata de mayor inclusión y justicia social, reestructurando el
sistema tributario -hacia un modelo de recaudación efectivamente progresivo- para
obtener la recaudación necesaria para reponer y ejecutar el conjunto de
políticas sociales que han sido desmontadas en los últimos cuatro años.
Tal como señala acertadamente el cientista
político Luis Felipe Miguel en su reciente libro: “Colocada en estos términos,
la victoria de Lula consagraría la idea de que la solución para los retrocesos
sufridos en los últimos tiempos es la recomposición de una mayoría electoral y
parlamentaria más o menos democrática, con una hegemonía moderadamente
progresista y dispuesta a producir los más amplios consensos posibles”.(1)
Es decir, en esta coyuntura se expresa un tipo
de chantaje por el cual a la izquierda se le exige que abra mano de su discurso
y de una agenda de transformaciones más profundas para el país. Las políticas
de inclusión se encuentran a la orden del día, pero sin alterar
significativamente el escenario económico y político del país. Después del impeachment
de Dilma Rousseff en 2016 y de la emergencia y posterior triunfo de la extrema
derecha en las elecciones de 2018, la tarea preeminente parece ser recomponer
el tablero con las reglas de juego democrático, con especial atención para las amenazas
y desvíos autoritarios impulsados por los sectores golpistas.
Indudablemente un escenario más propicio
podría estimular la construcción de un bloque histórico popular necesario para
realizar las transformaciones más profundas que la sociedad brasileña requiere,
en la línea propuesta por Antonio Gramsci y después reelaborada por Enrico
Berlinguer en su concepción del “Compromiso histórico”. En pocas palabras, esta
noción postula que la formación de este bloque significa la construcción de una
amplia alianza entre el conjunto de las fuerzas progresistas que impulsan las
transformaciones necesarias para obtener una mayor justicia social. Este pacto
se produciría por medio de un compromiso histórico, en el cual se constituye el
tejido de la gran mayoría del pueblo en torno a un programa de lucha por el
saneamiento y la renovación democrática de toda la sociedad y del Estado, en
donde se hace corresponder a este programa y a esta mayoría una coalición de
fuerzas políticas capaz de realizarlo. Un pacto de este tipo no parece
imposible, aunque los datos de realidad permiten suponer que Brasil se
encuentra actualmente en una etapa de recomposición de las instituciones
democráticas en consonancia con la lucha para avanzar hacia una derrota
definitiva de los sectores más retrógrados y reaccionarios del país.
Desde una perspectiva estratégica, incluso consideramos
que es necesario crear las condiciones para que se pueda fortalecer una derecha
democrática y dialogante que les quite sustento y visibilidad a las hordas fanatizadas
de la extrema derecha que se han ido incubando en la sociedad brasileña desde
hace mucho tiempo, pero que emergieron con mucha fuerza desde los subterráneos nostálgicos
de la dictadura y las cloacas de la historia. Estamos en presencia de una
sociedad fracturada que necesita ser reconciliada y para ello es preciso
realizar las renuncias apropiadas que en otros tiempos podrían parecer
exageradas.
Este gran pacto nacional tendrá por ciento un
fuerte impacto sobre aquellos sectores y grupos que desean mantener el estatus
quo a cualquier precio: los ruralistas, especialmente los pecuaristas, los
madereros ilegales, los ocupantes ilícitos de tierras (grileiros), los
invasores de reservas indígenas, los garimpeiros, los pastores pentecostales,
los especuladores favorecidos por el gobierno, los evasores de impuestos, etc.
Esta extrema derecha ideológica y/u
oportunista va a enfrentar férreamente el gobierno de Lula, tratando de generar
a todo momento el caos institucional o intentando paralizar el país con sus
prácticas saboteadoras y golpistas. Para ello, la coalición gobernante tendrá
que apoyarse en aquellas mayorías que le dieron su voto y que se movilizaron
activamente para confirmar el triunfo en las urnas. Estas mayorías deberán
permanecer alertas y seguir movilizándose para defender al gobierno en sus
esfuerzos para reconstruir las instituciones democráticas e implementar las
políticas sociales que mejoren la vida de los brasileños. Ello también le dará
sustentabilidad al proyecto de desmontar y derrotar definitivamente el
bolsonarismo en todos los ámbitos, para que a mediano plazo este no represente
más que una pesadilla que se acometió sobre este inmenso territorio llamado
Brasil.
*Doctor en Ciencias Sociales. Editor del Blog
Socialismo y Democracia
[1] Luis Felipe Miguel, Democracia na periferia
capitalista: impasses do Brasil, Belo Horizonte: Autêntica, 2022, p. 325
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